domingo, 8 de octubre de 2017

Lo que nos enseñó Jane Eyre

Es un alivio estar de vuelta...

No sé por qué he tardado tanto tiempo en pasarme por aquí... bueno, sí lo se: no le he dado un respiro a mi mente y a mi cuerpo, diluyendo mis pensamientos con muchas emociones, de manera que no he podido destilar ninguna conclusión sobre nada... Después de todo, lo que nos queda después de todas las cortinas de humo, de las emociones fugaces y de las palabras vacías, es nuestro ser. Como dije en alguna entrada anterior, lo único con lo que podemos contar para siempre es con nosotros mismos.

El otro día vi la película de Jane Eyre (atención... spoiler!). La historia me pareció muy apasionante (aunque me puedo imaginar que leerla será mucho más enriquecedor que visualizarla...) Jane Eyre tiene una historia dramática detrás de sí, llena de rechazo, odio y violencia. Una persona de naturaleza amable y amorosa a la que las circunstancias que la rodearon desde niña le impidieron tener una infancia y adolescencia normales. Siendo aún muy joven, consigue por fin salir de esa miseria humana y comienza a trabajar como institutriz de la hija del señor Rochester, en Thornfield. El señor Rochester es un alma atribulada que se esconde tras una apariencia agresiva, impulsiva y arrogante. Enseguida ve en Jane un espíritu afín, alguien que podría salvar su vida y hacerla más feliz y luminosa, y así se lo hace ver en muchos momentos. Pero para mi, el amor que siente él por ella tiene un cierto tinte egoísta: no se trata tanto de lo que él le puede aportar a ella, sino de lo que él necesita de ella. 

Jane Eyre y el señor Rochester (Jane Eyre, 2011)
Esto mismo se demuestra a través de diversos hechos, pero el momento álgido se produce cuando le hace a Jane una proposición bastante "indecente" para la época: la de vivir una vida juntos fuera del matrimonio. Digamos, para no destripar demasiado la trama, que el señor Rochester no puede contraer matrimonio, pero quiere que Jane "viva" con él, con el propósito de estar juntos.  Como ella se muestra reticente, él le pregunta: "¿A quién le importaría? ¿Prefieres llevarme a la locura antes que romper una simple ley humana?". Jane contesta que a ella que le importaría, y entonces pronuncia la frase mítica: "Debo respetarme a mí misma... ¡Que Dios me ayude!". Y emprende su huida de Thornfield. 

Jane Eyre tomándose un té (Jane Eyre, 2011)
Ese momento me pareció especialmente profético e inspirador... ¡Qué valiente Jane Eyre! Después de todo el sufrimiento y el desengaño que ha vivido a lo largo de su corta vida, y no le tiemblan las piernas a rechazar la oportunidad que se le presenta de sentirse amada y querida, siempre y cuando no sea bajo términos de libertad y de ser fiel a sí misma. Porque, muy cierto es, ¿qué conseguiría Jane Eyre si hubiera aceptado esa proposición? ¿Añadir más humillación y sufrimiento a su vida? Sabe que no puede permitírselo, así que huye y decide construirse a sí misma... de nuevo. Solo volverá con él cuando se sienta libre y fuerte... no coaccionada; es decir, cuando se de una situación justa para ambas partes, estando en igualdad de condiciones.

Creo que actuar así es difícil, ya que en muchas ocasiones nos pesa más el miedo a estar solos, la angustia que en ocasiones se siente, aguda y punzante, cuando eres consciente de tu propia soledad. Pesa más el miedo a tener que sobrellevar ese trago amargo que el hecho de arriesgarse a estar en paz con uno mismo. 

Desde hace tiempo, llego a la conclusión de que no hay mayor acto de respeto hacia el propio ser que saber identificar, y por tanto, perseguir el amor que sabemos que merecemos. No se trata únicamente de dar lo que la otra persona necesita de nosotros, con la esperanza de obtener algo similar a cambio, sino de saber elegir qué clase de amor estamos preparados para recibir de los demás.

¡Nos vemos en el próximo té!

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