miércoles, 15 de febrero de 2017

San Valentín traicionero

¡Y yo que pensaba que me iba a librar de escribir una entrada dedicada a nuestro escurridizo amigo San Valentín! Es cierto, lo estoy haciendo porque quiero, aunque más bien diría que porque no me queda otro remedio: esto de escribir acaba siendo como un exorcismo.

Este ha sido el primer San Valentín desde hace ocho años en el que estoy soltera. Me levanté pensando que iba a ser un día normal y corriente, sin darle la mayor importancia, dispuesta a pasar de mensajes, frases, fotos y demás alegorías virtuales. Y supongo que lo conseguí, pero llegó un momento en el que entré en una espiral de dudas acerca de todo lo que había hecho hasta ahora. Os cuento.

La semana pasada, el chico que me gusta y yo quedamos solos un par de días para salir... Guau, yo estaba un poco en las nubes, no me lo terminaba de creer. El primer día no fue mal; lo evidente fue el segundo día, que fuimos al teatro. Cuando acabó, él se fue rápidamente a su casa sin dar opción a tomar algo, o simplemente hablar un poco. Simplemente se despidió... y adiós muy buenas. Me quedé con una poker face estratosférica, que creo que no supe disimular de ninguna manera. No entendía lo que había pasado... No era tarde, pero ya era muy de noche, y me pregunté por qué ni siquiera se preocupó de cómo volvería a casa esa noche (vivo lejos del centro). Vamos, no fue suficiente saber que no está interesado en mi, sino que además me entero de que para él los formalismos y la consideración son algo con lo que no está muy familiarizado, o que en cualquier caso, no iba a aplicar conmigo.


Dudas y remordimientos al canto. A quién quiero engañar: me pillé de otra persona mientras tenía pareja y se me vino el mundo abajo. Yo sabía que era algo que me iba a suceder en un momento u otro, porque sé de sobra las cuentas pendientes que dejé conmigo misma. Y con la esperanza de que este nuevo chico me dejara entrar en su vida, dejé a mi novio. Pensaba que eso le haría acercarse más e intentar algo, ya que me parecía que yo también le gustaba. Cuando el otro día pasó de mi, me quedó bastante claro que mi actitud tenía que cambiar, que estaba esperando demasiado del mundo. Ya me valió, exigirle tanto a una persona, depositar tantas expectativas. Si os soy sincera, después de tantos años en una relación, ya pensaba en el otro chico como mi futuro novio... ERROR, tremendo error. ¿Por qué te hiciste eso a ti misma?, me pregunto ahora. Me acomodé a la sensación de vivir en pareja, y aunque sabía que debía vivir un tiempo sin ella para aclararme las ideas, no podía evitar desearlo.

Y entonces, nuestro amigo San Valentín hizo de las suyas cuando me fui a dormir el día 14, porque ¿qué sería de un San Valentín de soltero sin un poco de autodestrucción y un par de horas en vela? Y ahí vinieron todas las dudas de golpe, mezcladas con un montón de sentimientos que no sé ni desengranar: ¿Por qué de repente no recordaba ninguna razón sólida para hacer lo que hice? ¿Por qué me sentía estúpida por haber terminado una relación tan bonita, así, por las buenas? No encontraba el propósito a mi decisión, y me pareció que había estado tres meses perdiendo el tiempo y complicando las cosas cuando son mucho más fáciles, dejándome engañar por quimeras y cortinas de humo que me había construido yo misma... y entonces llegó la pregunta del  millón, que nunca había venido a mi con más fuerza ¿Y si vuelvo con mi novio?

Cuando al día siguiente me levanté por la mañana, nuestro amigo San Valentín ya se había ido, lo que me permitió recuperar mi objetividad, y había venido otro santo, concretamente San Claudio de la Colombière (según mi calendario), un santo con mucha más templanza y mano izquierda:

 - Cuéntame, querida, ¿de qué te va a servir volver con tu novio si todavía no has solucionado ninguno de tus problemas? ¿Y si después de retomar la relación vuelves a estar frustrada y le comienzas culpabilizar? ¿No crees que te debes una oportunidad a ti misma?
 - Tiene usted razón, San Claudio, ahora mismo sigo estando muy débil emocionalmente para tomar cualquier decisión.

Qué traicionero San Valentín, que te descoloca tus esquemas incluso subconscientemente... yo que creía que eso de sentirse mal el 14 de febrero por no tener pareja era algo inventado por el mass media... ¡Ingenua de mí!

Pienso que no he tomado decisiones desacertadas: el origen de mi sufrimiento ha sido esperar y desear que ocurrieran cosas que no estaban en mano de nadie. Por eso os digo que primero, antes de tomar una decisión tan trascendente, hay que pararse a pensar muy mucho las cosas, sobre todo darse a uno mismo la oportunidad de descubrirse y valorarse un poquito más, porque no necesitamos a nadie para estar completos. Los que me leéis habitualmente estaréis cansados de ver esta idea por aquí... Me conviene repetirlo, a ver si de una vez me lo acabo creyendo.

¡Nos vemos en el próximo té!


sábado, 11 de febrero de 2017

Amor, apego y desesperación

El otro día leí una entrada muy interesante sobre el sentimiento de apego relacionado con el amor. Resulta que hoy por hoy el apego se considera algo negativo, porque mal entendido lleva a desarrollar relaciones dependientes y a la frustración. La autora introduce un concepto que me parece brillante, el de la gente desnatada, con 0% apego (¡me quito el sombrero!), que busca, ni más ni menos que deshacerse de este sentimiento para no sufrir. 

Hace muy poquito tiempo yo estaba en una situación emocional bastante comprometida, por decirlo de alguna manera. Supongo que fue fruto de una frustración previa que ya acarreaba, pero el caso es que me empezó a gustar otra persona (como ya comenté aquí) y estuve bastante desesperada por varios motivos, entre ellos, porque no veía la manera de llegar a él (muy probablemente una barrera autoimpuesta). La frustración que me generaba pensar que yo no le gustaba y que no había nada que hacer, era intensa y me devastaba por dentro. Durante varias semanas ese sentimiento estuvo en la base de mis pensamientos, a veces un poco más atenuado, pero siempre presente. 

En esa desesperación me dedicaba a buscar cosas que me hicieran sentir mejor en sitios poco recomendables: foros, vídeos, webs "para mujeres"... Allí donde habitan consejos horribles que fundamentalmente desempoderan al género femenino (bueno, y a cualquiera). Bien es verdad que cuando se trata de internet, uno encuentra lo que quiere encontrar y no lo que necesita, no es la bola de cristal. Hiciera la pregunta que hiciera siempre acababa en listas del tipo "10 Consejos para seducir a un hombre", "Cómo hacerle saber que existes", "7 Trucos infalibles para que se fije en ti", y un largo etcétera que casi prefiero no recordar. Pero el culmen de esa triste búsqueda llegó cuando un día llegué a un canal de Youtube en el que un hombre se dedica, entre otras cosas, a dar consejos a mujeres que le mandan misivas desesperadas sobre sus relaciones. Concretamente, tiene una serie llamada Penas de amor, en la que las suscriptoras le envían sus historias, él las lee y al final del vídeo las comenta y les da consejos... en fin. Su más sincera intención es la de ayudar, pero a poco que visualicéis algún vídeo de estos os daréis cuenta de que en ellos hay muchos tópicos machistas que no cambian el paradigma y no hacen sino realimentar modelos negativos. El caso es que después de ver dos o tres vídeos de este estilo me empezó a entrar muchísima angustia, porque había historias desgarradoras, en las que se mezclaba la frustración en el matrimonio con el descubrimiento de un nuevo amor, relaciones disbalanceadas en la que el hombre solía estar en posición de poder, amores perdidos sin saber por qué, mujeres desesperadas por atraer de nuevo a su hombre y todo tipo de relaciones abusivas emocionalmente. Me dije "¿Esto es lo que me espera? ¿Es lo que quiero para mi vida: estar pendiente de los devenires de otra persona, darle un cetro de poder sobre mis emociones?" Lo vi muy chungo.


No hay mal que por bien no venga, porque al día siguiente cuando me levanté sentí que me había quitado un peso de encima, así, de repente. Ya no tenía ese agobio ni esa desesperación por saber si le gustaba o no a ese chico: si tenía que ser, sería, y si no, no era para mi. Fue como si esos vídeos me hubieran quitado todas las tonterías de una bofetada virtual

Poco a poco te va llegando todo lo que necesitas, si lo permites. Prueba de ello es que llegué a esa entrada que comentaba sobre el apego. Hablando con la autora en los comentarios, me comentó que para disfrutar de las personas es importante no hacerlas imprescindibles, sino compañeras de camino, sin crear dependencias ni uniones basadas en la atadura. ¡Qué difícil me parece! Sobre todo porque nadie nos educa en ello: vivimos en un entorno absurdo en el que no queremos sentir apego, pero no se nos enseña a querer sin poseer. Como bien apunta en otra de sus entradas, el amor es una asignatura pendiente, porque se presupone que la enseñanza en esta materia nos la da la vida y debemos aprender sobre la marcha. Más bien lo que hacemos es lastimarnos y lastimar a los demás sobre la marcha.

Me doy cuenta de que este es un tema muy usual en mi blog; hace tiempo escribí una entrada sobre los pasos que hay que dar antes de embarcarse en cualquier relación sentimental, y otra un poco más reciente en la que hablaba de lo difícil que es aplicar esa teoría al plano práctico, pero lo necesario que es si no queremos que cualquier vaivén externo nos tumbe y nos determine la vida, y por consiguiente, nuestra felicidad.

Poco a poco voy detectando errores que he cometido (y que probablemente siga cometiendo), pero el hecho de saber que primero debemos contar con nosotros mismos  para después entregarnos a los demás es una idea que me empodera, pero en la que que debo seguir trabajando (y sospecho que no soy la única que tiene que hacerlo). No podemos pretender poseer a los demás; el amor va mucho más allá de todo eso. Ya lo dice la canción de Sting: If you love somebody, set them free (Si amas a alguien, déjalo ser libre). Es una verdad como un templo. Es la forma más sana de amar, tanto para nosotros mismos como para la otra persona. Además, me he dado cuenta de que en el momento que dejas de intentar amarrar y aprisionar lo que tanto ansías por miedo a que no sea posible o a que se vaya, todo se vuelve mucho más fácil, ya que dejas de depender de lo externo para sentirte bien... es una liberación. Y eso no es desapego, es amor sin cadenas.

¡Nos vemos en el próximo té!


lunes, 6 de febrero de 2017

La ciudad de las estrellas

"El sueño de tu vida no siempre se corresponde con la vida de tus sueños"


No voy a hacer una crítica de la película, que podrá ser mejor o peor técnicamente, porque no soy experta en cine ni pretendo serlo; quiero hablar de lo que me ha transmitido como espectadora. Es más, me gustaría huir de análisis técnicos, agravios comparativos y palabrejas enrevesadas que tanto hacen las delicias de críticos y cinéfilos (sin que nadie se ofenda). Sobra decir que esto va con spoilers incluidos

Entré en la sala de cine sin muchas expectativas, esperándome la típica superproducción hollywoodiense, porque era lo que me parecía (es más, es la estética que la película persigue). Las primeras escenas de baile y música me confirmaron todo lo anterior, hasta que empecé a conocer la historia detrás de cada personaje: una actriz buscando su oportunidad para triunfar, un músico buscando la oportunidad para hacerle entender al mundo cuál es la música que merece la pena. La pasión y la frustración es lo que, cósmicamente, les hace coincidir, entrelazando sus destinos y dándoles la oportunidad de construir algo juntos. 

Los dos están de vuelta de muchas cosas, sobre todo él, lo que en un primer momento le hace perderse la oportunidad de conocer a la primera persona que en mucho tiempo ha sabido apreciar su música. Pero el destino le brindará otra oportunidad más adelante en una fiesta, y ambos saben que no pueden dejarla escapar. Cuando ésta acaba y él la acompaña a su coche, el hilo conductor de la escena es "mira, no me gustas, es una pena que sea una noche encantadora, pero... vaya, no hay ni una pequeña chispa, lo siento". Al menos eso es lo que los personajes se dicen verbalmente, pero no es lo que está ocurriendo dentro de ellos, como así lo deja claro el primer número de baile que interpretan juntos. La química es casi instantánea. El problema no es el corazón, sino la mente que te está diciendo que no te ilusiones y que intentes rebajar las expectativas (o más bien, aniquilarlas).


La noche acaba y se despiden sin siquiera darse un número de contacto. Pero es evidente que él no lo necesita, ya que sabe dónde encontrarla: en la cafetería donde trabaja. Obviamente, allí estará él al día siguiente, para invitarla al cine. ¿Clásico? Obviamente. Pero hay un problema: ella tiene pareja, y la cita del cine coincide con una cena de negocios con su novio formal. Ahí es donde ella toma su primera decisión vital. Acepta ir a la cena, pero no por mucho tiempo. Sabe el mundo que se ha abierto ante sus ojos (o que podría llegar a abrirse) y no puede dejarlo escapar. Se levanta de la mesa y se va corriendo al cine. 

Allí está él, ya un poco escéptico, pero sentado en la butaca correspondiente. Se miran, ella se sienta, y no median palabra. No necesitan hacerlo, la comunicación entre ellos es fundamentalmente a través de las miradas. No sé qué habría sido del guión sin ese factor añadido. Este es el primer peldaño de una relación que empieza. Comienzan a pasar mucho tiempo juntos, a compartir sueños e inquietudes. Él la anima a escribir su propia obra de teatro, y ella le insufla a él la suficiente vida como para que se de cuenta de que debe luchar por su sueño, aunque para ello deba aceptar un trabajo que no le gusta, para en el futuro poder montar su propio club de jazz.


Su relación es intensa, no hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que la influencia de uno en el otro es profunda y transformadora. Poco a poco va pasando el tiempo y la vida, surgen momentos, ideas, canciones, oportunidades, discusiones... El bache de rigor de toda película, la crisis en la relación. Y también la gran oportunidad de ella, el momento de salir al extranjero, trabajar duro y luchar por lo que ha estado soñando en la ciudad de los sueños. Él le dice que debe centrarse por completo en ello, lo que conlleva dejar su relación.

Años más tarde, la vemos a ella: estrella triunfadora del momento, reputada actriz, carrera económicamente solvente, alta costura, casa enorme, marido con traje, hijos con asistenta... ¿Es la vida que quieres? Nos preguntamos todos, sentados en las butacas. El director ya se encargó que todo aquello no nos encajara mucho. Ella y su nuevo marido salen a cenar, y después a escuchar música. El destino, veleidoso y juguetón, decide que entren en el club de jazz de él: abarrotado de gente, con vida, músicos profesionales, público amante del género... Pero su mirada, vacía, sin chispa ¿Es la vida que quieres? Nos preguntamos todos, sentados en las butacas. Él la encuentra con la mirada. Se sienta al piano, y comienza a tocar su canción. Lo más sincero de toda la escena. De nuevo las miradas y la retrospectiva, en la que vemos cómo hubiera sido su vida juntos si vivieran en un mundo perfecto, sin contratiempos, complicaciones o incompatibilidades.


Termina la canción. La tensión que ha provocado entre los dos ese torbellino de emociones es palpable, casi se materializa. Vuelve la duda a la mirada de ella, como aquella vez en el restaurante, en que decidió salir corriendo de allí para reunirse con él en el cine. Pero la decisión que toma esta vez es muy diferente: se levanta de la silla con su nuevo marido, comparte una última mirada de complicidad con él, y ambos abandonan el club. Ella se decidió por su nueva vida: el éxito de su carrera pesó demasiado. Quién sabe si la vida le volverá a ofrecer otra oportunidad para decidirse.

Su andanza juntos les sirvió para reforzarse: ambos fueron para el otro el impulso que necesitaban para brillar. Lo que es seguro es que la huella que se han dejado mutuamente es muy difícil de borrar. Ambos se tendrán presentes el uno al otro durante el resto de su vida, como algo más que el mero recuerdo de una relación pasada.

Esto es una película, pero la realidad también es así de caprichosa: nuestra vida no siempre resulta tal como la habíamos imaginado, y a veces tenemos que transigir con ella, aceptando las cosas que no pueden ser. O puede que seamos nosotros, que dejamos escapar unas oportunidades por aferrarnos a otras que pensamos que nos van a hacer más felices. Nuestras ambiciones y expectativas nos ciegan en ocasiones, impidiendo que veamos lo que de verdad es esencial y lo que no lo es tanto.

Lo dicho... El sueño de tu vida no siempre se corresponde con la vida de tus sueños.


viernes, 3 de febrero de 2017

Soledad en compañía

Recuerdo un día especialmente desesperante, hace mes y medio. Uno de esos momentos en los que piensas que no puedes con más, que todos tus planes están saliendo mal, que nadie te entiende, que no le encuentras sentido a tu vida, que te sientes que la soledad te aplasta y que incluso las pequeñas cosas que necesitas para sobrevivir el día a día, están disipándose. Ese momento. 


No aguantaba más. Me acerqué a la cristalera del patio y me asomé. Era un bonito día invernal, de cielo despejado con colores rosados y tintes violáceos. Los pájaros, con sus estilizadas siluetas, hacían piruetas en el aire. Uno de esos días que se nos regala después de sufrir muchos otros de niebla, en los que sientes cierta libertad después de tanto tiempo de sombra. Pero yo me sentía encarcelada. 


Las lágrimas caían irremediablemente. Lloraba de rabia, pensaba ¿por qué me está pasando esto a mí? ¿por qué no puedo ser, simplemente, feliz? Miraba al cielo, y el cielo me devolvía la mirada. Me apoyé en la pared mientras observaba. Mi momento tiene que llegar, me repetía a mí misma. Mi impaciencia me aplastaba y me cegaba, me hacía desesperarme en mi angustia. Estuve un minuto o dos más, y me retiré. Me sentí notablemente mejor. Supongo que necesitaba desahogarme.

Ayer por la noche, mientras calentaba agua en la tetera, me volví a asomar a la misma cristalera. Han pasado muchas cosas desde entonces. Me apoyé en el lado contrario de la pared, miré al cielo (ahora totalmente negro), y me acordé de aquel día. Y me di cuenta de lo mucho que he avanzado en un mes y medio: me he hecho mucho más fuerte en muy poco tiempo. Y ahí estábamos las dos, de pie, una a cada lado de la cristalera. Me consolé a mi misma, consolé a aquella chica que lloraba mientras miraba el cielo violeta.

   - No te preocupes - me repetía - yo estaré siempre aquí, contigo, para consolarte y reforzarte... Siempre estaré a tu lado. 

Ayer me di cuenta de que nunca estamos solos, incluso en los peores momentos. Si estamos lo suficientemente atentos, podemos notarnos y sentirnos, podemos sacar fuerzas de donde parece que no hay... y sentir que podemos contar con nosotros mismos para siempre. 

¡Nos vemos en el próximo té!