domingo, 21 de enero de 2024

Regreso al vinilo

Mi primer vinilo propio fue la versión española del disco Sticky Fingers, de los Rolling Stone. La portada original, junto a una de las canciones del mismo, fue censurada en la edición española y cambiadas por otra. Ese vinilo en concreto voló a España por los dosmildiez en una maleta desde alguna tienda de Candem, en Londres; fue un regalo de mi anterior pareja.

Como en casa nunca hemos tenido reproductor de vinilos, nunca lo escuché. Simplemente lo tenía ahí. Un recuerdo. Incluso podríamos decir, un objeto de coleccionista. Guardado en la estantería, esperando su momento.

El primer contacto que tuve en mi vida con un vinilo fue siendo niña, en la casa del pueblo. Una tarde, aburrida, trasteando por los armarios, rebuscando entre viejos recuerdos familiares guardados en cajas de puros y camisas con hombreras, di con dos o tres especie de libros grandes con tapas de cartón. Los bajé de la estantería alta del armario de la habitación de mi madre y me dispuse a inspeccionarlos. Abrí esos "libros" pero dentro no había páginas, sino más imágenes que yo no terminaba de entender. Uno de ellos tenía la portada con tonos en color rojizo y se leía Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me. Entonces comprendí que, por una de las ranuras del cartón, asomaba un disco grande y negro, que reconocí como un vinilo; los había visto antes en la televisión o en algún sitio que no recordaba. No le di mayor importancia, los llevé de nuevo a su sitio y ahí quedó la cosa.

Años más tarde, siendo más mayor y seguramente también durante otra tarde aburrida en el pueblo, me acordé de aquellos vinilos y fui a ver si seguían en el mismo sitio. Ahí estaban. Esta vez, reconocí el nombre de la banda: "The Cure". Ahh mira, pensé, menudo discazo. Le pregunté a mi madre y, según me contó, compró ese vinilo en su juventud con su primer sueldo. Sin embargo, cuando quiso comprarse un plato, su madre (mi abuela) le dijo que cómo iba a gastarse tanto dinero en eso. Y al final, se rajó y nunca se lo compró. Vamos, que ese vinilo tampoco llegó a ser escuchado.

Curiosa analogía, entre una historia y la otra. Estas Navidades, decidí regalarle un reproductor de vinilos a mi madre y otro a mi pareja (que, aunque melómano, tampoco tenía plato en su casa, pero sí unos cuantos vinilos). Pensé, mira, acabemos con los viejos fantasmas de una vez por todas. 

Y así pude "estrenar" ese vinilo de los Rolling, en una tarde de Diciembre. Fue casi mágico bajar Sticky Fingers de la estantería, sacarlo de su funda, ponerlo en el plato, bajar la aguja y empezar a escuchar las primeras notas del riff de Brown Sugar. Como si de un viaje en el tiempo se tratara. El sonido, es cierto, es diferente al de los CDs y otro tipo de soportes. Es más añejo. También más auténtico, no sabría explicarlo. Todo eso que se dice sobre los vinilos, sobre que el sonido es el ideal para escuchar música, tal y tal, pues tiene algo de verdad. Tiene algo de viaje al pasado. Algo misterioso. ¿Cómo puede la música estar grabada en esa lámina de plástico y ser leída por una aguja de metal?

No me lo pensé mucho. Miré en Amazon, a la búsqueda de algún otro disco que también pudiera poner en el plato. Así es como llegó a mis manos otro clásico como es Exile On Main St. También le regalé a mi pareja y a mi madre algún vinilo más. Y ahí estamos, disfrutando de este formato nuevo para mí, no tanto para el resto del mundo.

¡Nos vemos en el próximo té!



lunes, 15 de enero de 2024

Threads

El otro día me enteré de que se acababa de crear una nueva red social ligada a Instagram. Con el nombre de Threads ("hilos"), esta misteriosa red me causó mucha curiosidad, así que me instalé la app para ver de qué iba la vaina.

Cuando la abrí, descubrí algo parecido a Twitter. Es decir, una serie de mensajes de texto cortos apilados unos sobre otros. Algunos acompañados fotos, otros no. Empecé a indagar y encontré algunas cuentas que ya seguía desde Instagram, pero también me iban apareciendo hilos de otras que no había visitado nunca.

El caso es que su algoritmo funciona bastante bien para conectarte con tus intereses en redes. Es decir, si en tus redes estás actualmente siguiendo por ejemplo, cuentas relacionadas con el interiorismo o la moda, te saldrán hilos relacionados con esas temáticas. Incluso cuentas de personas que no sigues ni conoces. Pero tienes intereses afines con ellas. 

En mi caso, al abrir la aplicación lo primero que me aparecieron fueron mensajes parecidos a lo siguiente: "Somos un podcast especializado en bandas emergentes y estamos buscando ideas. Algoritmo de Threads conéctame con músicos y bandas, instrumentistas, cantantes, compositores, intérpretes y productores musicales." . Y como si hubieran lanzado un hechizo, un montón de personas habían respondido dando like y dejado su comentario para que les tuvieran en cuenta. Cientos de pequeños creadores habían dejado ahí su mensaje para tratar de no pasar desapercibidos en la vorágine de la red.

Y como ese mensaje inicial, pude leer otros tantos muy parecidos emitidos por emisoras de radio, productores, managers, periodistas musicales, curadores de listas de Spotify y demás elementos del engranaje que es, hoy en día, la industria musical, buscando a sus artistas emergentes. Pensé, "Uau, qué pasada esto del algoritmo". Le di a seguir a algunas cuentas que me interesaron y dejé algunos enlaces con mi música.

Días más tarde, trasteando por la app, llegué a un mensaje que me llamó la atención. "Soy un productor/representante/ emisora de radio/podcast/periodista musical buscando artistas emergentes. Déjame tu mensaje y sígueme. No veré tu perfil ni escucharé nunca tu música, pero tu follow me servirá para engrosar mi lista de seguidores". Y bueno, pocas palabras más faltan para explicar cómo, con tan pocos caracteres, ese tipo fue capaz de realizar la crítica más ácida y tristemente cierta de dicha red y de los verdaderos propósitos de unos cuantos/as que por allí pululan. 

Así que pensé, pues claro, esto era demasiado bonito para ser verdad. Es lo de siempre: buscar una aguja en un pajar. Que alguien te encuentre, te escuche y además, le caigas en gracia como para sacarte en un podcast de Albacete, por ejemplo. Ya no digamos una entrevista o un contrato discográfico, ¿no?

Y ayer mismo, volví a entrar y vi un post en el que un usuario había compartido un esquema de cómo es la pirámide del streaming en Spotify. En la base, un grueso de miles de millones de canciones que solo tienen entre 0 y 100 escuchas, hasta llegar a la punta de la pirámide, donde se sitúan el "puñadito" de canciones que cuentan con millones de streams. Lo definían en comentarios como "el océano del streaming". Se abrió debate, sobre que ahora es mucho más fácil hacer música y se sube cualquier mierda a Spotify; otros decían que al no valorarse ya el formato físico, no había un consumo de calidad de la música en streaming y no se valoraba; otros argumentaban que solamente subían para arriba las personas que pagaban a Spotify por publicitarlos.

El caso es que tuve una epifanía: vamos que no estoy sola con esto de ser creadora de música y que no me escuche ni el gato. Que, de hecho, la mayoría estamos ahí, en ese punto. Que unos pocos siguen siendo los afortunados que, por muy diversas razones, son los que acumulan las escuchas. 

¿Es porque no estoy haciendo música de calidad? ¿Es porque, aunque sea de calidad, no conecta con la gente? ¿Es porque en realidad, la gente no me ha encontrado? Me di cuenta de que todos los pequeños músicos y bandas estamos ahí en ese mismo debate. Filosofando sobre calidad de la música, formato físico, originalidad, conexión, emociones, y demás. 

Y es que al final, es la vieja historia de siempre. ¿Qué debemos hacer para que nuestras canciones conecten con el público? ¿Cuál es el secreto del éxito musical? Todas esas preguntas siguen sin tener respuesta, aún después de todos estos últimos años de innovación y streaming. Y es que ahí reside la magia, en esa búsqueda constante de respuestas que nos permite renovarnos, cuestionarnos y desafiarnos a nosotros mismos.

¡Nos vemos en el próximo té!

jueves, 11 de enero de 2024

Año Nuevo

El otro día se me pasó por la cabeza una imagen mental que me pareció curiosa. Era la noche de fin de Año, y cruzaba el río con mi pareja, a través de uno de los puentes de la ciudad que está prácticamente a las afueras. Nos dirigíamos a casa de mis padres para celebrar la Nochevieja. Serían más o menos las ocho de la tarde, por lo que era completamente de noche. El puente era lo único que estaba iluminado por una fría luz blanca de farolas. Al mirar a la izquierda, únicamente se veía a lo lejos el otro puente, separado de nosotros por una larga extensión de agua negra. Al mirar a la derecha, la ciudad acababa y sólo se percibía una oscuridad en el horizonte que parecía no tener fin. Hacía algo de frío, aunque la noche estaba calmada. Había llovido. El final del puente se me antojaba muy lejano, aunque sabía que ya no quedaba mucho para llegar a la otra orilla.

Y entonces pensé en aquello del cambio de un año al siguiente. Cuando un año se acaba y otro comienza. Ese paso intermedio que, ¿por qué lo hacemos todos acompañados, física o espiritualmente? Mucha gente se reúne en Nochevieja. Incluso hacemos todos lo mismo. En España y otros países afines, tomamos las doce uvas; en otros lugares, simplemente hacen una cuenta atrás conjunta. Pero la idea es siempre hacerlo en compañía, en comunión. Como si aquello de pasar de un año a otro fuera como cruzar un puente. Como si ese lapso de tiempo entre el fin de un año y el comienzo del siguiente estuviera sumergido en la nada, en la oscuridad sin fondo, y necesitáramos ir unos con otros de la mano hasta llegar a la orilla. Ese miedo a lo desconocido. Al año Nuevo. 

No sé por qué vino esa imagen a mi mente en ese momento, pero de vez en cuando me acuerdo de ella. Supongo que debe ser porque no sé qué me deparará este nuevo año. Y porque cada vez pienso más en el hecho de que podemos planificar y planificar nuestro año, pero finalmente todas aquellas proyecciones iniciales son eso, proyecciones. Las que llegan a materializarse, lo hacen muchas veces de manera discretamente diferente a como habíamos previsto, muchas veces para mejor (otras no). Otras no tienen lugar. Otras que no preveíamos, suceden. Es lo mágico del asunto, supongo, ir descubriendo día a día lo que nos depara la vida. Sin embargo, creo que lo nuevo, lo desconocido, me produce con los años, cada vez más "desasosiego", por definirlo de alguna manera. Me aferro al año que está a punto de acabarse porque es algo "seguro", y me cuesta un poco soltar las riendas y dejar que lo nuevo se abra paso. Por eso creo que es buena idea que alguien me acompañe en ese camino que es de luces y sombras, de mágicos instantes y de momentos más oscuros, que van conformando los tonos y colores de los que estará hecho el nuevo año, la nueva orilla. Lo que desde aquí es, aún, lo desconocido.

¡Nos vemos en el próximo té!


Mientras escribo esta entrada está sonando...

martes, 26 de diciembre de 2023

Placeres del invierno

Estos días de frío, aprovecho para disfrutar de los pequeños placeres del invierno. Hacerme una infusión o té bien caliente, de esos tés alemanes de calidad inigualable que me descubrió mi tía hace ya muchos años, de sentarme al lado de la chimenea en casa de mis padres, mientras humean las últimas brasas de la leña, de encender velas aromáticas que huelen tan bien como deberían oler los sueños, de tomar después de comer un "capón" (un higo seco que se abre y se rellena con una nuez), de levantar la persiana y disfrutar viendo la niebla y la helada de las primeras horas de la mañana... Ese tipo de historias.

No sé en qué momento empezamos a dar por sentadas ciertas cosas y dejamos de disfrutar de ellas. Trato de tener en mente este pensamiento siempre que puedo. Muchas veces, pequeñas tonterías cotidianas nos nublan la mente. Me refiero a esas frustraciones del día a día con el trabajo, con nuestras relaciones interpersonales, con nosotros mismos, a las que a veces damos una importancia excesiva. Que si esta historia, que no me ha salido bien; que si mira lo que me ha dicho esta; que si hoy no he tenido un día nada productivo; que qué mal porque iba a comprar no se qué y estaba agotado; que si lo que me faltaba, perder el bus ahora... 

Entiendo que toda esta historia está muy manida, la de "disfruta de las pequeñas cosas", etc. Alguno dirá que vaya, que ni que estuviera descubriendo América. Pero estos días de quietud y de frío es cuando más pienso en todas las personas del mundo que están hoy sufriendo, que están pasando por los peores momentos de su vida por la razón que sea, o que no pueden disfrutar de las comodidades que yo tengo.

Aún cuando mi vida no es perfecta, y es probable que a ojos de muchos esté lejos de serlo, siento que no cambiaría nada, que me gustaría dejarlo todo tal y como está, y que se preserve así por mucho tiempo. También pienso que hay muchas cosas que me gustaría mejorar, de mi casa, de mis relaciones, de mí misma... Pero, mientras estemos todo bien y disfrutando plácidamente al calor del hogar en estos últimos días de Diciembre, esperando la llegada del nuevo Año, con una infusión bien aromática de frutos rojos con manzana y canela, todos esos anhelos se disipan y solo pienso lo afortunada que soy por haber vivido todo lo que he vivido, y por estar aquí hoy, presente.

¡Nos vemos en el próximo té!


"Silken midst oustide the window
Frogs and newts slip in the dark
Too much hurry ruins the body
I'll sit easy, fan the spark"

viernes, 22 de diciembre de 2023

Solsticio de invierno

La noche más larga del año siempre ha suscitado misterio, recogimiento, reflexión... Desde hace un par de años, especialmente esa mañana me gusta levantarme pronto, cuando aún no ha amanecido, y disfrutar de la salida del sol después del viaje por la noche más larga

Hay muchos ritos y tradiciones ligadas a este solsticio. De alguna manera, se respira un ambiente especial en la atmósfera. Tiene su dimensión mágica levantarte de noche y pensar que ese amanecer está preparado solo para ti, como si fueras el único espectador de un evento íntimo. Esa soledad de los primeros minutos de la mañana, la oscuridad que va, poco a poco desapareciendo, con las luces de la ciudad de fondo como si fueran pequeñas estrellas, la escarcha de una fría noche invernal... 

Estos días que me levanto aún de noche, me gusta encender únicamente el árbol de Navidad y una vela; me siento reconfortada. Me parece más agradable que encender la luz "normal". Supongo que así rindo homenaje a nuestros ancestros, tratando de iluminar un poco la casa con la cálida luz del fuego, y ese abeto que, aunque de plástico, hace honor a otra tradición milenaria y compartida por muchos pueblos, la de llevar al hogar un árbol de hoja perenne, ahora que el resto de árboles han sido despojados de sus hojas.

El amanecer de hoy en Zamora ha tenido lugar a las 8:46 h, mientras desayunaba, con el solsticio de invierno desde Stonehenge en directo desde YouTube. Con una niebla muy cerrada, lo que ha impedido ver el sol y los colores del horizonte, pero que ha hecho que la claridad del amanecer se dispersara más, e incluso antes de la salida del sol, la luz ya era mucho más blanca e intensa que estos otros días

Preparándome poco a poco para salir de casa y enfrentarme al frío invernal, iba pensando en el solsticio del año pasado, y del anterior, y he tenido la sensación de que han sido "ayer". Supongo que en eventos anuales como este es donde somos más capaces de percibir el tiempo como algo circular, no solo lineal. Como un ciclo que se repite y nos hace rememorar cosas del pasado de manera más vívida. Esos ciclos universales que rigen la naturaleza y también, nuestra propia existencia.

¡Nos vemos en el próximo té!


lunes, 27 de noviembre de 2023

Papel en blanco

Más de un año sin publicar una entrada. También más de un año (y casi dos), desde que escribí la última canción hasta el momento. Respecto a lo primero, llevo varias intentonas de retomar el blog: dos o tres artículos que parecen haber quedado para siempre atrapados en la categoría de "borradores". Respecto a lo segundo, ha habido un par de ratos de sentarme con la guitarra a componer y querer crear algo, pero he acabado abandonando la idea. 

Por aquí nadie me ha echado de menos: no hay comentarios nuevos desde hace muchos meses. Con respecto a la música, no estoy segura de tener un público ahí afuera que esté esperando nuevas canciones. Con la publicación del nuevo disco a primeros de este año, esperaba otro tipo de respuesta o repercusión que no se ha conseguido. Aunque para ser justos, quizá situara mis expectativas en un lugar demasiado elevado. A decir verdad, muchas personas nos han dado un feedback positivo y hemos vivido bonitas experiencias por el camino. Pero, de nuevo, no lo que yo esperaba, al menos "no todo".

El proceso creativo necesita de una introspección, de sincerarse con uno mismo, de verse cara a cara y sobre todo, de una necesidad interna de tener algo que decir. Pero cuando todo ello se transforma en  grabaciones varias, invertir dinero, videoclips, fotos para promo, estadísticas, número de escuchas, número de visualizaciones, impacto en RR.SS.,... Se acaba desvirtuando todo de una manera triste y descorazonadora. De aquel proceso creativo, de aquel impulso... ¿realmente qué llega al espectador/oyente final? ¿Somos capaces de salvar esa distancia hasta alcanzar de lleno en el alma de al menos un 0,01% de nuestro público? Y en cualquier caso, ¿qué somos sin ese público, meros árboles que se caen en el bosque en soledad, cuestionando su propia existencia? Todo ese ruido que hay entre medias del germen de una canción y la escucha final por parte del oyente, puede acabar empañando el mensaje, el pulso, la onda...

Y no digamos a la inversa... Si realmente gusta y llega, ¿hasta qué punto somos capaces de sintonizar con esa vibra del público, de captar sus sensaciones? No sé, igual estoy divagando y empezando a correr el riesgo de dejar de nuevo esta entrada en la bandeja de borradores por falta de cohesión en el texto... y en mis pensamientos.

Que quiero volver a esa introspección sin condiciones, sin expectativas. A ese proceso creativo sincero y sereno, sin estadísticas... Sin escuchas ni visualizaciones. Solo yo, la guitarra y un papel que va, poco a poco, dejando de estar en blanco.

¡Nos vemos en el próximo té!

jueves, 3 de noviembre de 2022

Música para un día gris

Llega noviembre, y aunque quizá no sea el mes que más quiero (al contrario de lo que diría Claudio Rodríguez), es el mes en el que más me atenta la vena introspectiva, sobre todo en días grises como estos, en los que parece que el cenizo del cielo siempre va a estar ahí por siempre.

Es tiempo de prepararse un té, encender alguna velita, ver llover desde la ventana y relajarse un poco. Aflojar. Pensar. Meditar. Dejarse licencia para sentirse nostálgico. Escuchar música. En estos días me tira más lo británico (será porque por allí hay muchos días grises?). Algo de Travis, Cranberries, Dido, Bowie... Dejo que Spotify me vaya asesorando mientras ciertos pensamientos me asaltan.

Ahora mismo hay muchos frentes abiertos en mi vida que están ahí sin resolverse desde hace meses, aún cuando he estado trabajando en ellos duramente. Por una parte pienso en que me quejo de vicio, otras que por qué coj**** me sale todo tan mal en la vida, por qué a otros les va a las mil maravillas con sus proyectos, y lo mío parece querer seguir estancado. Que lo dejo todo ya. Que estoy cansada, que sea lo que Dios quiera, y ya está. También pienso en si soy demasiado intensa. Pienso en si mis amigos piensan en mí. O en si me echan de menos (a algunos no les veo desde hace meses, o años, aunque suelo hablar con ellos). Creo que ellos no piensan en mí tanto como yo en ellos. Igual soy yo la que se queda estancada con las cosas. Y que por qué me tiene que importar tanto esa variable. Que yo a lo mío. Y pienso en mi familia, y en la situación actual también sin resolver, y en que en breve habrá que dejar la casa de mi abuela que he conocido toda la vida, desligarse, desapegarse, y todo se siente como una especie de ruptura inminente con el pasado.

Y pienso en que últimamente se me está haciendo muy difícil ponerme las pilas con las cosas, que todo está tan parado que yo ya no sé por dónde tirar. Necesito expansión y no sé cómo lograrlo. Es como este cielo gris que ha venido para quedarse, y que da la sensación de que no se irá nunca. Es eterno mientras dura, quita las ganas de salir de casa y de estar activo, llama al recogimiento y luchar contra ello produce pesadumbre de espíritu. Pues ahí estoy yo desde hace unos meses. 

Después de unos cuantos años, entiendo el feeling de desazón de esta frase de Travis de su tema Writting to Reach You: Everyday I wake up and it's sunday.

Escribo esto por si sirve como una especie de exorcismo. A ver.

¡Nos vemos en el próximo té!