Al principio pensé que ya se me había acabado la tarifa de prepago. YouTube se paró y no reiniciaba. Me quedé a mitad del último disco de Leiva que me había animado a escuchar, muchos años después de desconectarme de su carrera en solitario. Estaba en otra ciudad, llegando a la Universidad a impartir algunas clases. Un semáforo que no va, pues vaya, un poco raro. El hall de la facultad a oscuras, corrillos por aquí y por allá, el conserje cruzando el amplio recibidor... Un día como otro cualquiera, pero parcialmente a oscuras.
"Se ha ido la luz" será la frase más repetida en el día de ayer. "¿Y ahora qué?" Será la frase que más se haya pasado por la mente de todos. Mientras, los residentes en la Península Ibérica esperábamos bastante pacientemente a que volviera la electricidad, mezclando conversaciones sobre conspiranoias con política exterior. Todo con humor. Todo con bastante calma. Una hora y media después del apagón, decidimos suspender las clases previstas para la tarde. A las 14:05 h salíamos a ver "dónde se podía comer".
Un día tan soleado que aparentemente nada hacía sentir que estuviera teniendo lugar una emergencia nacional. Los coches circulaban por las calles alrededor de la facultad con bastante fluidez, permitiendo el paso a peatones, parando en los cruces... Los supermercados estaban cerrados, luces apagadas, y el personal esperando en la puerta "a ver qué hacemos". Nosotras entendimos que no íbamos a poder comprar ni una ensalada Florette para comer.
Más adelante en la acera, un bar tenía parapetado a la puerta la pizarra con el menú del día. Nos asomamos tímidamente al local, medio a oscuras, y vimos algunos clientes comiendo unas judías verdes con patatas. "Vaya, pues parece que dan de comer". Entramos y el amable hostelero nos dijo que podía darnos menú del día; "Hasta donde llegue el gas". Tenían bombona. Pues comimos bastante bien oyga, caliente y todo. Y unas fresas con nata de postre. Mientras, el personal del bar hacía "el milagro de los panes y los peces", sirviendo raciones cada vez más cortas de baguette. "Hoy estamos así", decían con media sonrisa nerviosa. Pagamos con nuestro dinero en metálico, y ya en la calle, pese al palpable nerviosismo de mi compañera por ver "qué comemos hoy, que ni he ido a comprar" con dos niños y demás, comentó que podíamos dar las gracias, que habíamos comido muy bien y hacía un día estupendo.
No creo que sea un milagro, ni una coincidencia. Las personas responden. La ciudadanía funciona. De vuelta a mi ciudad, coincidí con un matrimonio de Tordesillas con el que compartí una conversación en la dársena, iniciada por mi pregunta de si "los buses llevaban las frecuencias de siempre". Algo que no hubiera ocurrido con móviles. A mi regreso a Zamora a eso de las 17:30 h, ya había vuelto la luz. La gente estaba en las terracitas, tomándose algo tranquilamente. La policía municipal estaba a la puerta del cuartel, brazos en jarras, mirando al tendido... comentando la jugada, imagino. Los semáforos ya estaban en funcionamiento.
Mientras tanto, un amigo que trabaja en Madrid se las veía y deseaba para volver a Zamora en el AVE. Tarea imposible, por supuesto. RENFE les cerró los baños de Chamartín. No llevaba efectivo y no se pudo comprar ni un botellín de agua, todo eso mientras la policía amedrentaba innecesariamente a los viajeros. Nadie les prestó asistencia en esas primeras horas. En términos generales, comentaba que en la estación la mayor parte de personas mantuvieron la calma y muchos se reorganizaron para ayudarse unos a otros a volver a su destino, de una u otra manera. "Pagas tú el taxi y te hago un bizum". Su historia de regreso a casa, de rocambolesca y angustiosa, da para una mini-serie, ya le he dicho.
Sin saber causas, ni posibles consecuencias de esto, lo único que siento es que vivimos tiempos inciertos. Y ante tal panorama, lo último que podemos hacer es quedarnos solos y seguir siendo unos individualistas pegados al móvil. A la luz de lo vivido ayer, observando cuál ha sido la reacción de las personas ante tal magnitud de incertidumbre en los momentos más críticos, no todo está perdido, pienso.
¡Nos vemos en el próximo té!