lunes, 11 de diciembre de 2017

Navidad (Have Yourself a Merry Little Christmas)

Como ya he dicho alguna otra vez, me encanta la Navidad y todo lo lo que tiene que ver con ella: desde los adornos navideños, poner el Belén con la familia, las luces por todas partes, reunirse con los seres queridos, la comida, cantar villancicos, los jerseys invernales... La paz que se respira y la aparente sensación de que cualquier problema está a miles de kilómetros de distancia, como diría aquella canción que cantaba Sinatra. Y sin embargo, sé que hay mucha gente que la odia, y puedo entender que hay muchos motivos. Yo creo que todos tenemos motivos suficientes como para detestarla, porque en ocasiones nos enfrenta con situaciones que no nos son agradables.


Desde que nací, el día de Nochebuena se celebraba en casa de mis abuelos maternos, en un pueblo no muy lejos de la ciudad. La Navidad allí se vivía intensamente: las comidas eran antológicas y memorables. Me encantaba perderme y divagar entre todos los adornos que se ponían. Había un pequeño abeto (apenas medio metro de alto) que decorábamos con mogollón de bolitas, manzanitas rojas y relucientes y luces de colores de las antiguas, y justo debajo, colocaba mi abuela un pequeño Belén o Nacimiento que estaba dentro de una cesta (el Niño Jesús era diminuto, del tamaño de una alubia, pero nunca se perdió). Recuerdo pasarme HORAS en la oscuridad de ese salón, mirando las luces del árbol o esas pequeñas figuritas, imaginando historias... Mi abuela ponía un incienso de un olor muy agradable, que no he vuelto a encontrar, en un portainciensos que era un muñequito de madera (un señor que fumaba en pipa, y por la pipa salía el humo del incienso). Todavía tiene que estar por allí... Creo que tanto el incienso como la figura de madera la trajo mi tía de Alemania. También recuerdo que había al menos dos cintas de villancicos en español, los típicos niños cantores con las zambombas y las panderetas, y otra cinta con villancicos gitanos, que posteriormente he encontrado en formato CD en la Biblioteca. Y también recuerdo que mi abuela me los ponía una y otra vez porque a mi me encantaba escucharlos, y mi madre se acababa hartando (¡¿...pero otra vez estáis con los villancicos?!).

Mi tía se fue a trabajar a Alemania cuando aún no había cumplido la mayoría de edad, y al poco tiempo se instaló allí a vivir, donde tiene su familia. Para mi abuela fue algo muy duro que creo que nunca ha llegado a superar, el hecho de saber que una de tus hijas estará a miles de kilómetros de ti durante el resto de tu vida, excepto cuando venga de visita. Igual que tampoco llegó a superar el hecho de que otra de sus hijas muriera con 34 años (una historia que conté en otra entrada). Por tanto, la Navidad nunca fue fácil en aquella casa, y menos después de que muriera ella. Yo tenía nueve años. Se respiraba en la casa un ambiente lóbrego, oscuro... muy triste. Ese año pusimos el árbol y todos los adornos porque yo me empeñé, porque mi abuela no quería poner nada. Un día, no sé si fue la tarde de Nochebuena o Nochevieja, le pedí a mi abuela que me pusiera los villancicos de las cintas y se negó varias veces... y yo al principio no entendía por qué. Y mi padre le dijo que sí, que por qué no los íbamos a poner, que la niña tenía ganas de escucharlos... pues se pusieron en el cassette del comedor. No sé, no lo recuerdo como algo agradable. Todo el mundo estaba aún más triste cuando empezó a sonar la música y yo me sentí muy culpable porque había sido insensible... me sentí egoísta. Me di cuenta de que mi abuela se fue a llorar a la habitación y mi abuelo sinceramente no sé dónde estaba (puede que saliera fuera). Lo que más claramente recuerdo es a mi madre sentada en el sofá al lado de la chimenea con la mirada en ninguna parte, y especialmente a mi padre sentado en el banco, con la cara desencajada. Y yo intentando animarles, quería que bailaran, que se riera, como otras veces... como otros años. 

Pocos años después, también murió mi abuelo paterno, muy joven, sin llegar a cumplir los 70. Y también fue muy duro para todos porque fue una larga enfermedad. Ya entonces la Navidad no se celebraba en el pueblo, sino en casa de mis padres. Algo que agradecí, porque todo lo que tuviera que ver con la Navidad en aquella casa me angustiaba. Aunque yo seguía poniendo allí el árbol y el Belén (el Nacimiento pequeño y un Belén grande, con figuritas que me fue comprando mi abuela), allí apenas se iba a hacer alguna comida "de domingo", pero no en fechas señaladas. Y cuando fui algo más mayor, murió mi abuelo materno. Otro palo, también después de una larga enfermedad. 

Y así la gente se fue yendo. Y es lógico que las Navidades no sean las mismas desde que se pierden a los seres queridos. Y siempre con el recuerdo presente, sobre todo por parte de mi madre y mi abuela (aunque ahora cada vez menos...) de mi tía, mi tío y mis primos de Alemania. La Navidad en mi casa no es fácil. Nunca lo ha sido. Hemos sufrido, hemos llorado, nos hemos enfadado y también hemos intentado disfrutar de estas fechas, y yo cada año me sigo emocionando cada vez que escucho algunos villancicos. Adeste Fideles siempre me recordará a aquellas tardes eternas en el salón del pueblo, con el pequeño abeto y el incienso... Hasta que mi padre entraba en el salón y me decía: "¿Qué haces aquí sola? ¡Vamos para el comedor que aquí te vas a quedar helada!" A aquellas tardes felices con poco. Y sigo esperando con muchísima ilusión el momento de poner el árbol, y el Belén que hizo mi padre, y encender todos los portavelas, y poner villancicos, y cantarlos, y sacar la cubertería y las copas, y preparar la mesa, y reunir a la familia, y jugar a juegos de mesa... y...

No voy a volver a dar la brasa sobre lo que representa la Navidad para mí de una manera más espiritual, porque ya lo conté en otra entrada, solo quería trasladaros que cada uno debe intentar ser feliz en estas fechas aunque falten cosas, aunque nos falten seres queridos, aunque nos resulten consumistas... No sé, no le deis tantas vueltas, se trata de reunirse, recordar a los que no están de una manera positiva y alegrarse por los que estamos y podemos celebrarlo... Esas cosas.

¡Nos vemos en el próximo té!


Have yourself a merry little Christmas
Let your heart be light
From now on, our troubles will be out of sight

Have yourself a merry little Christmas
Make de Yuletime gay
From now on, all troubles will be miles away

Here we are as in olden days
happy golden days of yore
Faithfull friends who are dear to us
gather near to us once more

Through the years we all will be together
If the Fates allow
So hang a shining star upon the highest bough
And have yourself a merry little Christmas now



Ten una pequeña feliz Navidad
Deja que tu corazón sea liviano
A partir de ahora, nuestros problemas estarán fuera de vista

Ten una feliz pequeña Navidad
Haz que la época de Navidad sea alegre
A partir de ahora, todos los problemas estarán a millas de distancia

Aquí estamos como en los viejos tiempos
felices días dorados de antaño
Fieles amigos que nos son queridos
se reúnen cerca de nosotros una vez mas

A través de los años todos estaremos juntos
Si los Destinos permiten
Así que cuelgue una estrella brillante sobre la rama más alta
Y ten una pequeña feliz Navidad ahora

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Jazz para el Otoño

You are the summer and I am the autumn
Don't wait too long
My song go on when yours has just begun...
Don't wait too long

Fall is a lovely time of the year
When the leaves turn to golden brown
But soon fall is ending and winter is near
And the leaves start tumblin' down... oh no

Share every precious moment with me...
... don't wait too long




martes, 21 de noviembre de 2017

Aniversario

El 21 de Noviembre de 2016 nació este blog. Hacia las seis y media de la tarde. Es un placer para mi sacar un ratito y escribir aquí (hablo como si fuera una persona ocupada): pasar por este mini-mundo, prepararme un Earl Grey, escribir algo, releer mis textos y ver lo que he avanzado a lo largo de este año que ya casi está pasado. Aunque a veces me siento en el mismo punto de partida. Pero no, no es así. Puede que a ratos siga perdida, desorientada en la oscuridad, pero han cambiado muchas cosas.

Por ejemplo, he aprendido a valorar más situaciones, eventos y circunstancias a las que anteriormente no hubiera dado importancia. Empiezo a reconocer en el mundo lo que me gusta y lo que no, a identificar aquello que me favorece o lo que me puede hacer crecer. Expandir mi mente. ¿Conocerme más a mi misma? Creo que se llama así. Sin embargo, en ocasiones me atormentan ciertos pensamientos. Mi mente remodela mis recuerdos y me los trae de nuevo, y no puedo evitar sentir nostalgia del pasado. Siempre he tenido problemas para dejar cosas atrás. Y me sigue pasando. Si el motivo para empezar a escribir aquí fue porque hubo un punto en el que necesitaba cambiar, romper con algo, dejar a mi pareja y realmente no sabía el por qué, el motivo para seguir escribiendo hoy es procesar todo ese cambio que yo misma originé.

A veces pienso que es mucho mejor acabar fatal con tu pareja; puede que ese odio facilite el tránsito. Aquello que ocurrió, aquello que dijo, vuelve a tu mente y te escuece por si acaso estás tentado a pensar que algún tiempo pasado fue mejor. Sin embargo, romper simplemente porque existe una diferencia de perspectivas en la vida, una divergencia en las afinidades... es algo tan sutil que a veces, con el tiempo, confunde. O al menos a mí.

Recuerdo mi vida entonces y siento que estaba segura. Compartía muchas cosas de mi vida con él, muchos detalles del día a día. Puede que, en el fondo, no fuera tan mala esa cotidianeidad... Pero faltaban más cosas. Debo recordármelo a mí misma... Tomé esa decisión por algo. Sin embargo, vuelve otra vez la rueda... Que lo podía haber hecho mejor; que ahora, sabiendo lo que sé, podrían mejorar mucho las cosas; que me siento fatal por haberle causado todo ese sufrimiento; que no pude comunicarle mis sentimientos de peor manera; que puede que todas las pegas que yo veía en la relación no fueran tan malas... En ocasiones, vuelvo otra vez a discurrir por esos caminos y lo que más duele es encontrarse con verdades que no me gusta reconocerme a mí misma. Pero ese es el problema: cuando una relación no acaba catastróficamente y pasa el tiempo, que solo se recuerda lo bueno, lo agradable... lo entrañable. Los recuerdos bonitos, las vivencias compartidas durante tantos años, los lugares que se visitaron, el sufrimiento que hubo y que se superó... Creo que, simplemente, soy una nostálgica.

Lo bueno que extraigo de todo esto es que debo aprender a caminar sola, que me hacía muchísima falta. Y ahí sigo. Intentaré, mientras tanto, ser una fría piedra objetiva cuando me asolen esos pensamientos, y sobre todo, hacer un verdadero intento de perdonarme a mí misma, y seguir caminando.

¡Nos vemos en el próximo té!


viernes, 17 de noviembre de 2017

La Biblioteca

Llevo muchos años yendo a la Biblioteca Pública de manera habitual, aunque no soy una gran lectora... ¡Pero no solo de libros vive la Biblioteca! (Esta frase para algunos será un sacrilegio... lo sé). Habitualmente sacaba CDs de música, películas, leía una revista sobre música, y poco más. Raramente visitaba la parte de arriba, donde están los libros. Sin embargo, desde hace un año, me he tomado la libertad (o al menos lo intento) de pasar una tarde a la semana allí.


No recuerdo exactamente cuando empezó todo, pero sé que un día subí a la parte de arriba y no frecuenté las estanterías de libros especializados como hacía anteriomente, mientras estudiaba en la Universidad, sino que me fui a la zona de literatura local, de mi ciudad y provincia. Allí había de todo: novela, poesía, teatro, ensayo. Decidí decantarme por lo que me pareció mas sencillo a priori: la poesía. Tengo algún libro de poetas de Zamora en casa, pero me apetecía aprender un poco más. Quizá en mi afán de encontrar respuestas a lo que veo y escucho, a lo que vivo entre estas callejuelas, al ambiente que se respira en cada estación del año, en cada muro de piedra, a orillas del Duero. Supongo que las respuestas a todo están ahí fuera, esperándonos. Y creo que otros antes ya las han encontrado. Quería encontrarme con esa clarividencia poética que destilan algunos versos. Y la encontré, por supuesto.

Ahora ya no solamente rebusco entre viejas cajas de plástico en la sección audiovisuales, también escudriño libro a libro de la sección de poesía de Zamora, queriendo encontrarme con algo que, de repente, dé sentido a todo. Algún texto que me desvele algunas incógnitas, a la manera que la poesía sabe: de una manera sutil, compleja, pero directa. Cada vez me siento más fascinada por el lenguaje poético, aun siendo una persona que no tiene ni idea sobre la forma, la métrica o el estilo, más allá de lo que estudié en su día. Supongo que, después de todo, soy mujer de ciencia, pues a veces intento comprender la poesía desde mi sistemática interna. Ese carácter ciego y terrenal tan característico impide, en ocasiones, ver lo que hay más allá de las palabras.

Ayer asistí a unas jornadas sobre ciencia, materia y poesía, organizadas en la Biblioteca en honor al poeta Claudio Rodríguez. La verdad, nunca fui consciente de que esos tres conceptos pudiesen estar relacionados. ¿Ciencia y poesía? ¿Materia? Pues hubo un tiempo en el que ciencia, filosofía y poesía venían a ser lo mismo. Fue la época de los grandes pensadores griegos y romanos, que no solamente intentaban dar explicación a los fenómenos naturales a través de un conocimiento más o menos racional, sino que en ocasiones, también lo plasmaban en forma de poesía. El ponente analizó concretamente a dos clásicos: Empédocles y Lucrecio, y su forma de mezclar poesía, filosofía y ciencia.

Mi mente racional y poco expandida no contemplaba que, aun hoy siga existiendo la Filosofía de la Ciencia; hombres y mujeres de ciencia interesados por la materia escondida mas allá de las partículas. ¿Es que acaso hemos olvidado que el ser humano está compuesto por muchas dimensiones? Y lo que me ha parecido más sorprendente es que, aún hoy, hay muchos físicos que se interesan por el lenguaje poético, y su relación con al ciencia. ¿Qué clase de alquimia guardan los versos? ¿Seguirá la materia residiendo en ellos?

En cualquier caso, cada día me doy más cuenta de que la poesía es infinita; abarca todo. Se cuela en cada casa y cada rincón, habita en los aperos de labranza, en las calles de cualquier ciudad, en la luminosidad del pensamiento científico y también encuentra su hogar en la música y en su medida exacta y cuantificable. Puede ser compleja y, sin embargo, ser comprendida por muchos. Puede tener una apariencia sencilla y humilde, y ser de una claridad inmensa.

¡Nos vemos en el próximo té!


miércoles, 15 de noviembre de 2017

El mes que quiero


Llega otra vez Noviembre, que es el mes que más quiero
porque sé su secreto, porque me da más vida.
La calidez de su aire, que es canción, 
casi revelación, 
y sus mañanas tan remediadoras, 
su ternura codiciosa,
su entrañable soledad.
Y encontrar una calle en una boca,
una casa en un cuerpo mientras, tan caducas,
con esa melodía de la ambición perdida,
caen las castañas y las telarañas.



Estas castañas, de ocre amarillento,
seguras, entreabiertas, dándome libertad
junto al temblor en sombra de su cáscara.
Las telarañas, con su geometría
tan cautelosa y pegajosa, y
también con su silencio, 
con su palpitación oscura
como la del coral o la más tierna
de la esponja, o de la piña
abierta,
o la del corazón cuando late sin tiranía, cuando
resucita y se limpia.
Tras tanto tiempo sin amor, esta mañana
qué salvadora. Qué
luz tan íntima. Me entra y me da música
sin pausas
en el momento mismo en que te amo,
en que me entrego a ti con alegría,
trémulamente e impacientemente,
sin mirar a esa puerta donde llama el adiós.

Llegó otra vez Noviembre. Lejos quedan los días
de los pequeños sueños, de los besos marchitos.
Tú eres el mes que quiero. Que no me deje a oscuras
tu codiciosa luz olvidadiza y cárdena
mientras llega el invierno.

Un pequeño homenaje a Claudio Rodríguez, que nos enseñó que no todo Noviembre va a ser hostil y lúgubre. 

(Poema titulado Noviembre, extraído de su libro El vuelo de la celebración). 

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Instantes de felicidad

Recuerdo aquellos días oscuros, hace ahora un par de años, en los que acompañaba a mi madre al pueblo la mayoría de fines de semana. Allí tienen un pequeño negocio local, en un pueblo pequeño a sesenta kilómetros de una pequeña ciudad. Y en este tiempo, cuando los días cada vez son más cortos, todo se antoja más pequeño... aún. Recuerdo el camino iluminado por la tenue luz de las mañanas de noviembre, de diciembre, de enero, de febrero... El final del otoño y lo más crudo del invierno se hace especialmente duro allí: el frío y la niebla lo empañan todo, deteniendo la vida del lugar. Algunos sábados no veíamos a nadie por la calle, pero había que atender las labores del trabajo.

Mi padre comenzó a trabajar en la ciudad, por lo que mi madre debía ir sola allí. Siempre hemos sido una familia bastante unida; creo que por eso sentía una especie de necesidad de estar con ella en esos momentos, en ese invierno del año y de la vida. Recuerdo ir por esas carreteras que hemos transitado tantas y tantas veces (y seguimos transitando), flanqueadas por encinas y piedras de granito, pastos intentando reverdecer, riachuelos recuperando su caudal... Lo recuerdo todo azul y gris, como aún hoy lo veo a veces.


Nos montábamos en el coche y poníamos música. Estuvimos escuchando The Last Ship, durante varios fines de semana seguidos, mientras surcábamos las carreteras del oeste, como diría mi madre. Aún hoy escucho las canciones y me retrotraigo a esos momentos. A ese invierno tan crudo, descarnado... y cruel. Pero también benévolo, porque encontrábamos la felicidad en las pequeñas cosas, como siempre se dice que se debe hacer. Analizando una canción, observando los cambios en el jardín de nuestra casa, comentando algo que hubiera pasado aquella semana, disfrutando de los pocos rayitos de sol que regalaba el mediodía... "Vaya voz pone Sting en esta canción... parece un verdadero lobo de mar...",  "Pues ahora cuando lleguemos a ver si están los gatos a recibirnos", "Oye, hoy podemos tomar el té al sol, que parece que no va a hacer mucho frío... ¿Qué infusión te apetece? ¿Un Earl Grey?". Pues eso, pequeños momentos. Pasábamos una y otra vez las canciones por el reproductor. Supongo que nos sentíamos identificadas con el ambiente frío y solitario del disco, con ese aire de mar y libertad que nos trasladaba, y con la calidez de la voz de Sting como contraste a todo ello. Supongo que eso, también, nos reconfortaba.

Al final del día nos sentíamos bastante cansadas aunque no hubiera sido demasiado el trabajo realizado. El frío y la humedad también agotan. Las últimas horas las pasábamos con el radiador encendido, la música puesta y con mucha oscuridad en el exterior. Y como siempre, llegaba la hora de cerrar y recogerse de nuevo, cargar el coche, despedirse de los gatos y, encogidas de frío, emprender la vuelta a casa, encender la calefacción y volver a escuchar el CD por el camino.

  -   Jobar mamá, ¡es que en este disco Sting ha tocado todos los estilos de música!
  -   Es que Sting es música, siempre lo he dicho...

¡Nos vemos en el próximo té!


martes, 7 de noviembre de 2017

Un año sin Leonard Cohen

Un año sin Leonard Cohen. No recordaba la fecha exacta, pero la televisión se encargó de hacerlo, y quedé sorprendida porque no era consciente de lo rápido que se ha pasado el tiempo

No recuerdo la primera canción suya que escuché, ni cuándo. Puede que fuera en la televisión, o en la radio. Lo que sí recuerdo fue que, hace ya al menos diez años, en días previos a unas Navidades, uno de los reportajes del telediario fue acompañado por una de sus canciones. Me gustó mucho lo que escuché, así que mi madre me regaló un doble CD con sus grandes éxitos. Supongo que no era algo muy común que una jovenzuela de 14 años se pasara unas cuantas tardes de enero escuchando las canciones de Leonard Cohen, poniéndole banda sonora a esos días invernales. Aún hoy cuando lo escucho me teletransporto a esos instantes eternos.

Hay muchísimos temas reseñables, emblemáticos, archiconocidos, como Hallelujah, Dance Me to the End of Love, So Long, Marianne... y un largo etcétera. Pero hoy me gustaría recordarle con la canción con la que finalizaba el homenaje que le hicieron en Informe Semanal la misma semana que murió: If It Be Your Will es una canción profunda con múltiples significados, y aunque cantada a dúo con una mujer, su voz traspasa especialmente al oyente.

If it be your will
That I speak no more
And my voice be still
As it was before
I will speak no more
I shall abide until
I am spoken for
If it be your will

Si así lo deseas
que no vuelva a hablar
y que mi voz calle
como antes
y no hablaré
y así me quedaré
hasta que hables por mí
Si así lo deseas

Leonard Cohen nació un Septiembre pero murió en Noviembre, mes lógobre e introspectivo al cual pertenecía.


domingo, 5 de noviembre de 2017

Traffic lights

Stolen Car (Take Me Dancing)

Late at night in summer heat. Expensive car, empty street (...)

Please take me dancing tonight, I've been all on my own
You promised one day we could, it's what you said on the phone
I'm just a prisoner of love always hide from the light
Take me dancing, please take me dancing tonight.

So here I am, in a stolen car at a traffic light
They go from red to green, and so I just drive into the night...


jueves, 2 de noviembre de 2017

Definiendo nuestro sufrimiento

A veces me quedo sin guía cuando navego por el mar del pensamiento, especialmente cuando éste se vuelve oscuro y tenebroso. La necesidad de luz para cerrar círculos y comprender ciertos resortes mentales y comportamientos humanos se hace insoportable, y cuando quiero comenzar a escribir y analizar lo que está ocurriendo dentro de mi cabeza, me encuentro sin herramientas léxicas. Y es entonces cuando abro el diccionario.


decepción
   nombre femenino
 Pesar causado por un desengaño

Desde siempre he utilizado las palabras decepción y desengaño indistintamente, como si de sinónimos se tratara (y puede que lo sean), pero tienen connotaciones diferentes. Según esa definición, una cosa es consecuencia de la otra... ¿Quién no se ha sentido así con algo o alguien alguna vez en su vida? Nos desengañamos, nos decepcionamos, sufrimos, nos sacudimos el polvo y volvemos a la carga. Sin embargo, no dejo de preguntarme por qué es necesario tanto sufrimiento: por qué se producen estos desengaños y qué nos lleva a decepcionarnos con los demás. ¿Es consecuencia de unas desmesuradas expectativas por nuestra parte? ¿Es legítimo esperar algo de los demás? Cuando una persona da lo mejor de sí misma supongo que espera algo parecido a cambio. Si lo que se obtiene desinterés e indiferencia, se produce el desengaño.

desengaño
   nombre masculino
   Pérdida de la esperanza o la ilusión, especialmente de conseguir  una     cosa que se desea o al saber que algo o alguien no es como se creía

Interesante... Pérdida de la esperanza o ilusión. Ergo a esto le sucede la decepción, con su consiguiente pesar y sufrimiento. Pero entonces, ¿el desengaño tiene origen en las insatisfacciones? Pienso que en toda relación humana siempre encontraremos algún punto de insatisfacción que aflora, que puede ser propia, residiendo en nuestro interior, o ajena, proyectándose sobre los demás. Y a veces ambas cosas ocurren al mismo tiempo, vertiéndose sobre los demás cuando nos sentimos frustrados por algo o con alguien. ¡Frustración! Otra palabra para analizar...

frustración
   nombre femenino
   Imposibilidad de satisfacer una necesidad o un deseo. Sentimiento de       tristeza, decepción y desilusión que esta imposibilidad provoca 

De nuevo aparece la palabreja... decepción. Entramos en un círculo difícil de desgranar. Frustraciones, desilusiones, desengaños, decepciones... ¿Qué da origen a todo? ¿Cuál es el mecanismo íntimo por el que se generan estos procesos? Pienso que las frustraciones tienen un origen interno, es decir, surgen dentro del propio individuo, debido a conflictos del pasado que no se han resuelto correctamente y afloran cuando el individuo se siente más vulnerable. Porque al fin y al cabo, según esa definición, la frustración tiene que ver con necesidades y deseos, y el sentimiento que provoca no verlas realizadas.

Después de este viaje léxico me doy cuenta de que la mayoría de los conflictos los genera el propio individuo en su interrelación con los demás, de manera que se acaban exteriorizando. Pero su origen está en nosotros. Sin embargo, polarizar las relaciones humanas hasta hacerlas asépticas puede que tampoco solucione nada... o puede que me equivoque. Estar por encima del conflicto entre lo que se desea y lo que se tiene es uno de los caballos de batalla de la mayoría de religiones. Pero hacernos totalmente desapegados, sin esperar nada de los demás, ¿es realmente útil? ¿En qué punto de equilibrio debe encontrarse una relación para que no se genere sufrimiento debido al incumplimiento de las expectativas?

Como siempre, demasiadas preguntas en el aire... esperando una respuesta. Tomar y dejar ir, como he apuntado en alguna otra entrada de este blog, es algo que debemos entrenar en nuestra vida. Aprender a tomar a las personas tal como vienen, supongo, sin exigir que sean de una determinada manera. Sin exigir que actúen de una determinada manera. Permanecer abierto mentalmente, y dejar fluir.

Sin embargo... ¿qué ser terrenal habrá sido capaz de llegar a tal estado de Nirvana?

¡Nos vemos en el próximo té!

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Noviembre no perdona

It was November- the month of crimson sunsets, parting birds, deep, sad hymns of the sea, passionate wind-songs in the pines. Anne roamed through the pineland alleys in the park and, as she said, let that great sweeping wind blow the fogs out of her soul.”

Anne of Green Gables (L.M. Montgomery)

Se acerca la fecha del aniversario de este blog. Un año... Se ha pasado volando. Aunque en realidad han pasado muchas cosas. Sin embargo, me vuelvo a encontrar en la misma situación de punto muerto, entre algo que no ha terminado y algo que está por empezar. Luchando por la chispa que haga avivar el fuego de nuevo y este motor vuelva a ponerse en funcionamiento. Buscando la verdad en todas las cosas que me ocurren, viendo más allá de la forma y el color, intentando ver el trasfondo de lo que ocurre.

Noviembre cae de nuevo. Noviembre no perdona, supongo… Nos adentramos en los días más oscuros del año, y mientras las hojas doradas descienden a ambos lados del camino y la niebla lo ciega todo, algo sigue latente en alguna parte, esperando a ser descubierto. ¿O simplemente debo esperar?

No puedo evitar sentirme nostálgica mientras espero el solsticio de invierno: la luz que emerge tras la oscuridad. Los días de Saturno. Y entonces, vuelvo a mirar el horóscopo. Todavía falta más de un mes para que el sol entre en mi signo... ¿qué deparará la llegada de la claridad? Mientras tanto, Noviembre no perdona. Y vuelvo a sentir algunas cosas que no son agradables de reconocer. 

A nivel muy íntimo, algo sigue dentro de mí. Es una luz que siempre me conduce cuando me he quedado a oscuras. A veces tengo mucho miedo de que se apague para siempre y no vuelva a sentirme como en casa. No sé cómo lo hace, pero me encuentra. Y temo que no vuelva a encontrarme. Pero, ¿qué puedo hacer? Me prometí a mí misma no estancarme en el pasado, pero siempre encuentra una forma, un eco pasado o presente que se interrelaciona con el hilo de mis pensamientos.

No sé si la luz reside en mí o está fuera, no sé si puedo controlar su presencia y su ausencia. Lo único de lo que estoy segura es que, mientras la sienta, sigue habiendo esperanza, y un día me volveré a sentir como antes.

Mientras tanto... Noviembre no perdona.

¡Nos vemos en el próximo té!

viernes, 20 de octubre de 2017

La superficialidad

Puede que sean impresiones mías, pero cada vez noto a la gente más superficial.


Me explico. El otro día fui a un concierto de rock en una pequeña sala y, a parte de escuchar música, me dediqué a analizar los comportamientos de la gente. No lo hago premeditadamente, me sale solo. Almaceno esa información y luego la proceso casi sin querer... A veces me es inevitable percatarme de ciertos comportamientos y preguntarme, como siempre, el por qué de las cosas

Me fijé en que el promedio general de chicas iba muy arreglada para ser un concierto de esas características. Que muchos iban y venían varias veces de la barra a por bebidas, hablando por el camino con este y con aquella. Había algunas personas muy pendientes del concierto y otras no tanto. Otros ejecutando unos rituales de cortejo bastante extraños. Algunas personas miraban hacia atrás muchas veces, como buscando algo, y otros buscaban con quien iniciar conversación. Y por supuesto, había quienes registraban todo con el móvil, colgando una foto en cada red social.

Al acabar el concierto, todos quieren alguna de estas cosas: irse rápidamente a casa, salir fuera a fumar o pedirse otra. En los dos últimos casos, suele ir incluida la búsqueda de una conversación. Algo que aporte algo. Lo que sea. Es sutil, pero últimamente noto a la gente cada vez más desesperada por algo... pero sin llegar a saber qué es ese algo. Y es especialmente evidente cuando las personas se encuentran en esos momentos de debilidad de la noche, posiblemente por haber tomado algo de alcohol (como mínimo). Las insatisfacciones de las personas se ponen muy a flor de piel en tales circunstancias, así como las fortalezas se ven favorecidas por otro tipo de acontecimientos. Pero supongo que no es bonito preguntarnos por qué estamos tan desesperados e insatisfechos con nuestras propias vidas. Se nos nota. ¿O puede que quienes sepan más de la vida sean ellos, que decoran las partes más grises con la diversión y los placeres de la noche? Porque al fin y al cabo, sabemos que en la vida va a haber sufrimiento. 

Detecto este desencanto general en muchas otras circunstancias: en blogs en los que las personas relatan cínicamente parte de sus vidas, en cómo se dirigen la palabra las parejas que esperan en la cola del supermercado, en la mirada perdida en las barras de los bares tomando el café de la mañana, en aquellos que consultan cada dos segundos el éxito que ha tenido su foto en redes sociales... Somos superficiales porque nos hace mucho daño enfrentarnos con nuestras propias insatisfacciones. Me pregunto si acabar siendo así también forma parte de la vida, siendo un mecanismo de defensa para cuando te das cuenta de que hay cosas que ya no puedes esperar porque los desengaños han sido muy grandes. Me pregunto en qué parte del camino hemos perdido la luz, y cómo ha ocurrido.

Ni todas las capas de maquillaje, ni todos los vestidos fabulosos, ni todas las cervezas del mundo, ni todos los megusta de Facebook, ni todas las drogas de cualquier tipo podrán sustituir lo que nos falta, eso está claro, y supongo que no estoy diciendo nada nuevo. El caso es que cada vez que salgo y miro más allá de las personas, puedo ver todas estas cosas. Todo este clima oscuro. Realmente me gustaría acabar escribiendo una receta mágica que lo solucionara, pero no la tengo. Ni siquiera puedo decir que yo nunca haya pecado de superficial, pero no me apetece estar atenta en alguna barra de bar por si, de repente, encuentro la respuesta.

¡Nos vemos en el próximo té!

lunes, 9 de octubre de 2017

Intimidad, miedo y apertura

Ayer me ocurrió algo que me hizo plantearme ciertas cosas acerca de la intimidad entre dos personas. Siempre he oído que es bueno guardarse algo para sí mismo, un rincón personal en la mente que sea para disfrute propio. El caso es que he estado reflexionando... la intimidad entre dos personas, ¿es buena? ¿es mala? ¿Hay que desnudarse completamente frente al otro o es bueno “guardarse algo”? O bien, ¿hay que encontrar el término medio?

Johnny Depp reflexionado sobre la vida...

Como siempre, cuando me entran las dudas sobre temas “filosóficos” hago una búsqueda rápida en Internet, simplemente por encontrar un pequeño rayo de luz en medio del océano oscuro del pensamiento… Leí varias páginas, pero encontré algo que me convenció bastante:
La intimidad compartida es el manantial sanador donde acudir cuando necesitamos un abrazo amigo o comprensión. En las relaciones, la intimidad te permite conocer de verdad a otras personas porque en ella no hay cabida para las dobleces, las máscaras y la superficialidad. (...) Una relación basada en la intimidad se vuelve indestructible porque está por encima de cualquier juicio de valor y conflicto (….).
Estamos de acuerdo en que una relación de pareja sin intimidad no tiene ningún sentido… sería como estar solo estando acompañado. Para mí lo que es más difícil es aventurarse a delimitar dónde está lo que quieres compartir y lo que no, o lo que la otra persona está preparada para conocer sobre ti y lo que no. Por mi forma de ser, mi impulso me lleva a desear que la otra persona prácticamente se meta en mi mente (y puede que yo en la suya…). No se trata tanto de querer invadir al otro, sino de recolectar todos los datos necesarios para estar tener cada vez un mayor grado de sintonía.

En otra página, encontré algo que también me pareció interesante. Desglosaba la intimidad en varios componentes; por una parte la parte receptiva y por otra la parte receptora de esa comunicación:
  1. Apertura: si no te abres con la otra persona, le estás negando el acceso a tu mundo interior. Eso hace imposible que pueda empatizar contigo.
  2. Empatía: sentir un verdadero interés por la otra persona, sus preocupaciones y motivaciones vitales, hacerlas un poco tuyas, manteniendo tu propia personalidad y tus propios objetivos.

La página también apunta a que hay varios tipos de intimidad en una pajera: el sexo, mostrarse vulnerable sin nuestros escudos de la vida diaria, hablar y comunicarse para poder mostrar nuestro mundo interior y tener experiencias comunes o momentos que pertenecen solo a esa pareja. Bueno... pues suena todo muy razonable.

Sin embargo, y pese lo que he dicho anteriormente, me sorprendo conmigo misma; a veces me muestro reticente a dar ciertas informaciones porque creo que la otra persona no va a entender o valorar lo que le expongo, y para eso, prefiero quedármelo para mí misma… y que nadie me haga sentir mal. Puede que sea porque siento que si las personas fueran como deberían ser, es decir, si se valorara realmente el pensamiento sincero y la reflexión personal no se utilizara como arma de doble filo, podríamos sentirnos más libres para compartir cierta información sensible. Quedar demasiado expuesto en este mundo que vivimos realmente da miedo. Por lo tanto, compartir ciertos aspectos de nuestro pensamiento exige un grado muy alto de confianza con la otra persona, estando seguro de que esa información va a ser tratada como merece. En la misma página que comentaba anteriormente también encontré algo respecto a esto:
(...) La intimidad genera muchas emociones contrapuestas: por un lado se desea, se anhela con vehemencia, porque sin intimidad uno se siente frío como el mármol, pero por otro surge el miedo al dolor, al rechazo, a la traición o a sentirse invadido (…). La intimidad genera tanto miedo que a muchas personas les cuesta gestionarla, bien porque se cierran demasiado o porque, por el contrario, están siempre demasiado abiertos y por lo tanto muy expuestos.
Creo que es de lo más enriquecedor que puedas ser 100% tú con la otra persona y que nadie de coarte ni te coaccione. Puede que piense así debido a mi naturaleza reservada, o puede que en realidad esto le pase a muchas más personas, pero para mí genera un conflicto mayor, precisamente por mi deseo de compartir todo y mi miedo igualmente grande a sentirme juzgada… Ahora que lo pienso, este comportamiento de quedarme ciertas cosas para mí es algo que me ha pasado desde niña; quizá no me sintiera aceptada tal como era por los demás, incluso por parte de personas muy cercanas, y eso hizo que fuera guardándome ciertos aspectos de mi forma de pensar. Puede que se trate de ir superando cosas. Supongo que simplemente cuesta abrirse… sin miedo.

¡Nos vemos en el próximo té!


domingo, 8 de octubre de 2017

Lo que nos enseñó Jane Eyre

Es un alivio estar de vuelta...

No sé por qué he tardado tanto tiempo en pasarme por aquí... bueno, sí lo se: no le he dado un respiro a mi mente y a mi cuerpo, diluyendo mis pensamientos con muchas emociones, de manera que no he podido destilar ninguna conclusión sobre nada... Después de todo, lo que nos queda después de todas las cortinas de humo, de las emociones fugaces y de las palabras vacías, es nuestro ser. Como dije en alguna entrada anterior, lo único con lo que podemos contar para siempre es con nosotros mismos.

El otro día vi la película de Jane Eyre (atención... spoiler!). La historia me pareció muy apasionante (aunque me puedo imaginar que leerla será mucho más enriquecedor que visualizarla...) Jane Eyre tiene una historia dramática detrás de sí, llena de rechazo, odio y violencia. Una persona de naturaleza amable y amorosa a la que las circunstancias que la rodearon desde niña le impidieron tener una infancia y adolescencia normales. Siendo aún muy joven, consigue por fin salir de esa miseria humana y comienza a trabajar como institutriz de la hija del señor Rochester, en Thornfield. El señor Rochester es un alma atribulada que se esconde tras una apariencia agresiva, impulsiva y arrogante. Enseguida ve en Jane un espíritu afín, alguien que podría salvar su vida y hacerla más feliz y luminosa, y así se lo hace ver en muchos momentos. Pero para mi, el amor que siente él por ella tiene un cierto tinte egoísta: no se trata tanto de lo que él le puede aportar a ella, sino de lo que él necesita de ella. 

Jane Eyre y el señor Rochester (Jane Eyre, 2011)
Esto mismo se demuestra a través de diversos hechos, pero el momento álgido se produce cuando le hace a Jane una proposición bastante "indecente" para la época: la de vivir una vida juntos fuera del matrimonio. Digamos, para no destripar demasiado la trama, que el señor Rochester no puede contraer matrimonio, pero quiere que Jane "viva" con él, con el propósito de estar juntos.  Como ella se muestra reticente, él le pregunta: "¿A quién le importaría? ¿Prefieres llevarme a la locura antes que romper una simple ley humana?". Jane contesta que a ella que le importaría, y entonces pronuncia la frase mítica: "Debo respetarme a mí misma... ¡Que Dios me ayude!". Y emprende su huida de Thornfield. 

Jane Eyre tomándose un té (Jane Eyre, 2011)
Ese momento me pareció especialmente profético e inspirador... ¡Qué valiente Jane Eyre! Después de todo el sufrimiento y el desengaño que ha vivido a lo largo de su corta vida, y no le tiemblan las piernas a rechazar la oportunidad que se le presenta de sentirse amada y querida, siempre y cuando no sea bajo términos de libertad y de ser fiel a sí misma. Porque, muy cierto es, ¿qué conseguiría Jane Eyre si hubiera aceptado esa proposición? ¿Añadir más humillación y sufrimiento a su vida? Sabe que no puede permitírselo, así que huye y decide construirse a sí misma... de nuevo. Solo volverá con él cuando se sienta libre y fuerte... no coaccionada; es decir, cuando se de una situación justa para ambas partes, estando en igualdad de condiciones.

Creo que actuar así es difícil, ya que en muchas ocasiones nos pesa más el miedo a estar solos, la angustia que en ocasiones se siente, aguda y punzante, cuando eres consciente de tu propia soledad. Pesa más el miedo a tener que sobrellevar ese trago amargo que el hecho de arriesgarse a estar en paz con uno mismo. 

Desde hace tiempo, llego a la conclusión de que no hay mayor acto de respeto hacia el propio ser que saber identificar, y por tanto, perseguir el amor que sabemos que merecemos. No se trata únicamente de dar lo que la otra persona necesita de nosotros, con la esperanza de obtener algo similar a cambio, sino de saber elegir qué clase de amor estamos preparados para recibir de los demás.

¡Nos vemos en el próximo té!

domingo, 30 de abril de 2017

Nuevas perspectivas

Y de repente, todo hace click, y se reordena. Quizás no absolutamente todo, pero una parte importante de mis pensamientos encuentra un sentido. Este es un té imprevisto, tardío y a deshora, pero no llega frío... Llega con muchísima esencia. 


Después de un tiempo, me reencontré con una parte sin resolver de mi pasado a través de un chico del que me enamoré, y que me hizo replantearme tantas cosas. Ahora, con la vida patas arriba y después de haber reflexionado y sufrido lo indecible, no hay perspectivas de futuro. No sé de qué manera acercarme a él, o hacerle entender que entre nosotros podría haber algo muy interesante, si él lo permitiera. Y entonces él me rechaza de una manera sutil (muy sutil), pero tangible. A buen entendedor, pocas palabras bastan. O más bien, a buen entendedor, las palabras vacías y el desdén, bastan

Pensaba que el destino me había hecho cruzar de nuevo con una situación similar en mi vida para que esta vez, aprovechara la oportunidad e hiciera las cosas de una manera diferente. Así que me dije a mí misma: "¡Ve a por ello! ¡Lánzate! ¡Permítete dudar de todo lo aprendido!". Y eso hice. Investigué tanto... madre mía. Investigué todo lo investigable. Y dentro de ese proceso, me encontré con partes de mí que ya creía olvidadas. Gracias a él, reaparecieron llenas de polvo, pero vieron luz después de tantos años sepultadas en algo que yo pensaba que era vida normal. Algo subjetivo, sustancial y básico que estaba en el fondo de mis pensamientos surgió de nuevo. Sentimientos, sensaciones, conceptos, costumbres, pensamientos, ideologías... Puede que a eso se le llame crecimiento, dejar evolucionar ciertas cosas. O puede que se llame simplemente ser sincero y consecuente con uno mismo y con su esencia.

El caso es, que me voy por las ramas, que me he dado cuenta de que por mucho que me regale, no obtengo resultado. Por muy amable que quiera ser, por mucho que me preocupe por él y sus problemas, por todos favores que le quiera hacer, por muchas invitaciones que él me quiera rechazar... él no está interesado. Sus razones tendrá. Pero he llegado ya a una conclusión: basta. Basta de regalarte. Basta de darlo todo recibiendo tan poca cosa a cambio. Gracias a él (paradójico), ahora sé lo que valgo. Más que antes. Y hasta dónde quiero  y puedo llegar. Es liberador llegar a este punto, después de tanta tensión acumulada. ¡Y yo que estaba segura de que esto era una oportunidad para estar por fin con "el chico de mis sueños"! Fue más bien la oportunidad de encontrarme con la persona que quiero llegar a ser, o al menos la que quiero llegar a ser desde donde estoy ahora. Creo que he ganado, aunque haya perdido batalla. 

¿Cuál era, pues, mi asignatura pendiente? ¿Luchar por quien yo creía que me haría más feliz? Después de vivir buena parte de mi noviazgo bajo la sombra de una frustración anterior, pensando en cómo sería compartir mi vida con la otra persona, en por qué aquello no funcionó, en qué hice mal, etc, pensaba que él sería la oportunidad para resolver todas esas cuestiones.  Ahora sé que no. Mi asignatura pendiente era aprender a aceptar la vida tal como viene. Que hay personas que, por mucho que lo intentes, no estarán locamente enamoradas de ti. Que la ilusión que viste al principio en los ojos de la otra persona y que se fue diluyendo, no estaría sustentada por algo sólido si el tiempo pudo con ella. Que no puedes culpar moralmente a otra persona por no sentir lo mismo que tú. Que, a veces, las personas no nos encontramos en el tiempo y lugar adecuados, aunque seamos compatibles. Que hay que tomar lo bueno que te aporte cada persona y las nuevas perspectivas que cada uno trae consigo. Que debemos aprender a dejar marchar sin resentimiento, sin convertir aquello en un duelo que dure para siempre. 

Ahora me queda el reto mayor: no convertir esto de nuevo en un drama. Simplemente coger y dejar ir. Y aceptar lo que viene y lo que se va. No pienso que haya personas que son piedras en el camino... nosotros las convertimos en piedras, o en diamantes. De nosotros depende. De mí depende ahora mantenerme a salvo de la melancolía cada vez que escuche una canción, una película, un poema, una palabra, un lugar o algo que me recuerde a él. Recordarle, ¿por qué no? Pues claro que sí. Ahora que él estará lejos, cerca de un puerto de mar, empezando su nueva vida, podría ser peligroso pensar de nuevo en la "oportunidad" que perdí, y en por qué lo "dejé escapar". Pero no debo moverme en esa franja de mi cerebro; no en la zona de la pérdida, sino en la de la ganancia. En la del aporte... En la de la luz.

¡Nos vemos en el próximo té!

jueves, 6 de abril de 2017

Amor para siempre

Últimamente pienso mucho en una idea: el amor sí puede ser para siempre. Se puede sentir amor por una persona durante toda tu vida. Y este es un concepto sencillo: en condiciones normales, sientes amor por tus padres, por tus hermanos, por tus hijos, manteniéndose durante toda la vida con mayor o menor intensidad (salvando las diferencias circunstanciales entre unos y otros seres humanos). 


Pero, ¿y en las relaciones de pareja? ¿Puede el amor vivir para siempre? Y si no es así, ¿qué nos hace romper el vínculo afectivo; dejar de sentir amor por esa persona? Pensando en que la pareja terminara su relación en las mejores circunstancias, me pregunto si el amor entre esas dos personas, fuera de una relación de pareja, estaría avocado a la extinción por circunstancias sociales o puede vivir para siempre. Yo me inclino más bien por lo segundo. 

Si admitimos que el amor entre dos personas que estrictamente no son familia puede ser para siempre, ¿entonces una relación de pareja también puede ser para siempre? ¿O no siempre es suficiente con sentir amor? El caso es que se habla mucho sobre la atracción entre dos personas, y cómo determina que ambas acaben posiblemente involucradas en algún tipo de relación, y que la "atracción sexual" en una pareja se agota aproximadamente a los tres años, como si de un reloj biológico se tratase. Con el tiempo, las relaciones sexuales se vuelven más esporádicas y quizá menos intensas, lo que evolutivamente no sería eficiente para la especie. Por ello, ese reloj nos determina a sentirnos atraídos por otras personas al cabo de un tiempo. Pero hay que tener en cuenta otra realidad: nuestro cuerpo quizá tenga mucho de animal, pero nuestra mente está unos pasos por delante de esa circunstancia. Nuestro amor, el amor que sentimos los humanos, creo que está más en la mente que en el cerebro, y a veces confundimos el amor con otras cuestiones, identificándolo como una emoción y no como un sentimiento. 

Volvemos entonces a plantear la pregunta, ¿es suficiente el amor para sustentar a una pareja a lo largo del tiempo? Le doy vueltas al tema y pienso en cómo se llega al punto de la rutina entre dos personas. Hay amor, sí ¡pues claro que lo hay! Pero falta emoción, conquista y atracción. Pienso en el gran número de parejas estables que estarán en esa situación, o en los millones de infidelidades que surgen a cada minuto a lo largo y ancho del planeta tierra. Pienso en las personas que se deciden a tener una relación abierta: a que una persona sea el amor y otras sean el sexo. ¿Realmente es efectivo? Habría que tener un punto de maduración y de abstracción muy grande para llegar a un equilibrio... Pienso en las personas que viven en pareja durante toda su vida, y son felices, con sus más y sus menos, pero con un pulso muy fuerte por mantener esa relación con buena salud. No se trata simplemente de acostumbrarse al otro, sino de intentar aportar y rescatar lo bueno de uno y del otro respectivamente, como si de una evolución constante se tratara. También creo que para eso se necesita un alto grado de maduración, para evitar caer en el tedio y la costumbre. La temida rutina. Pienso también en las parejas que rompen porque sienten que no tienen más que aportarse, pese a que se sigan queriendo. ¿O ya no es amor, y simplemente se ha convertido en cariño? En cualquier caso, ¿qué clase de magia debe tener el amor en pareja para que sea para siempre? 

Desde que lo dejé con mi pareja me encuentro en constante análisis sobre la vida, el amor y las relaciones humanas, intentando dilucidar por qué ocurren las cosas de la manera que ocurren, por qué en ocasiones nos vemos avocados a tomar ciertas decisiones para preservar nuestra felicidad, qué nos lleva a empezar o a terminar algo... qué impulso vital se esconde detrás de todos nuestros actos. ¿Realmente somos tan dueños de nuestra vida como nos creemos que somos? Si podemos llegar a ser felices sin plantearnos todas estas cuestiones o si, por el contrario, siendo más conocedores de nuestra propia historia, sabiendo reconocer nuestras debilidades y limitaciones, es la única manera que tenemos de encontrar el mejor camino para nuestra existencia. 

Ayer estuve leyendo la historia de Robert Smith y su mujer Mary Pole, que estuvieron juntos desde que se conocieron en el colegio, y nunca han estado con ninguna otra persona. Ellos han sabido mantener esa llama durante el tiempo y la distancia física, y estar con una sola persona no ha impedido que Robert Smith escriba grandes canciones de amor, como si de un nuevo amor se tratase. Esa clase de magia... me pregunto dónde reside.

¡Nos vemos en el próximo té!

Mary Poole y Robert Smith

viernes, 24 de marzo de 2017

El por qué de las cosas

(Está sonando: Another Sunny Day, de Belle & Sebastian)

No soy La Chica del Té porque no supiera qué nombre ponerme. La verdad es que para mi el té es inspirador. Siempre escribo aquí mientras me tomo mi Earl Grey, y suelo publicar en torno a "la hora del té" (las tres, las cuatro, las cinco de la tarde...); al menos la hora a la que yo me lo tomo. No suelo ser muy puntual británica, a veces simplemente me adelanto.

Desde siempre he tenido que saber el por qué de las cosas para entenderlas, y ahora que me pregunto el por qué de ciertas cosas que han ocurrido en mi vida, empiezo a entenderme. Ayer, hablando con mi madre, me di cuenta de que es una persona de contradicciones. Un poco como yo... un poco como todos, me parece. Me dijo que le da miedo que pase mucho tiempo en internet leyendo blogs, porque aquí contamos muchas tonterías y nos realimentamos unos a otros. Ella no sabe que escribo aquí (bueno, no lo sabe nadie), así que tampoco pude decirle que estaba en total desacuerdo con ella, y que si no hubiera escrito en este blog probablemente me hubiera vuelto loca. 

El caso es que, según ella, la vida no es tan complicada ni hace falta plantearse tanto las cosas: naces, tus padres te procuran la mejor educación posible, luego te intentas ubicar en la vida, trabajas, te asientas, etc. Me hizo gracia eso de "te intentas ubicar", porque es como si hubiera querido resumir un libro bien gordo en una sola frase: Te ubicas. Le intenté dar a entender que las cosas no son tan sencillas, que uno no puede pasar por la vida sin replantearse ciertos aspectos de ella, y al final me acabó confesando que tenía que comprenderla. Me dijo "tienes que entender que yo tengo un trauma ahí". Me sorprendió mucho que me dijera eso y le pregunté por qué; a veces las cosas más evidentes me resultan invisibles. "Pues por mi hermana; cuando se empezó a replantear tantas cosas fue cuando empezó su fin". 

Mi tía siempre fue una persona muy especial; tenía una enfermedad que la obligaba a medicarse cada día y que, por aquellos años, era una enfermedad cruel (aún lo sigue siendo) y complicada. Entre la delgada línea entre "estoy enfermo" y "soy una persona normal". Los años que la conocí estaba en esa etapa: en la filosófica, como yo suelo decir. Siempre la oía hablar de cosas que me parecían muy etéreas e intangibles, de la vida contemplativa y de espiritualidad. Leía muchos libros y siempre me pareció que nadie de nuestra familia la entendía. Yo tampoco, pero es lógico, era una niña. Nunca había sabido por qué se separó de su marido (en teoría, estaban felizmente casados); según mi madre, mi tía se empezó a plantear muchas cosas y pensó que él permanecería impasible e inalterable. Pero no fue así, entonces decidió separarse, porque no se sentía comprendida.  Y luego, al parecer, se arrepintió y pensó que podrían volver. No sé, no tengo muchos más datos. De la biografía de mi tía hay muchos capítulos que no se han hablado o que se han contado por lo bajo. Creo que por miedo.

Después de eso comenzó una andadura un tanto extraña en la vida de mi tía. A todos les tenía escandalizados. Cogía y dejaba trabajos, donó (casi) todas sus pertenencias, salía con chicos peculiares, se hizo vegetariana... Pero lo que más preocupaba a todos es que no se medicaba cuando tenía que hacerlo, lo que la acabó llevando a urgencias en más de tres o cuatro ocasiones (al menos las que yo recuerdo). Ella sostenía que no se sentía enferma, que ella no tenía ninguna enfermedad. Bueno, eso cuando se lo dices a un médico, te manda un volante al psiquiatra. Y de ahí al psiquiátrico. Diagnósticos, etiquetas, habitaciones con sábanas blancas, pasillos interminables, rejas en las ventanas y ese tipo de cosas. En realidad, para no sacar nada en claro. Nada se solucionó dentro de su cabeza; yo diría que ella, consciente de la mella que estaba causando en la familia, decidió darnos a entender que todo estaba correcto. Justamente cuando parecía que su vida estaba más o menos encarrilada (nuevo trabajo, medicación al día, piso nuevo), su corazón decidió que no podía con el exceso de todos los años anteriores, y falló una noche mientras dormía. 

Por eso a mi madre esta idea de pensar en la vida le da tanto miedo. Y todo esto fue porque yo le comenté una de las cosas que me había dicho mi ex-novio el otro día: "De lo único que me arrepiento es que haberme asentado tan pronto... de relajarme". Y de repente mi madre dije "¡Claro! Si eso ya lo sabía yo... Eso lo llevaba viendo años y años, pero claro, yo no te podía decir nada. Es que eso de que nunca quisiera salir de casa contigo, que siempre se acostara tan pronto, que le costaba mucho hacer alguna cosa contigo... Normal, ahora se arrepiente". Flipé bastante y le dije "Pues es eso mamá, ¡ahora me entiendes! Yo también llevo años pensando en ello, con esa frustración, pensando ¿esto es lo que me espera el resto de mi vida? Que vale que es un chico muy majo, muy atento, educado, trabajador, amable, cariñoso... Pero para mi había muchas cosas que faltaban."

Por primera vez sentí que mi madre me entendía. Siempre he notado que estando con él se me cortaban mucho las alas en ciertas cosas que para mí eran relevantes; pero no porque me prohibiera hacer cosas ni mucho menos, sino por su forma de ser. No le hago culpable, pues tiene otras muchas virtudes, pero en ese punto yo era incompatible con él. Supongo que esto trata de ver qué cosas estás dispuesto a aceptar de la otra persona, qué partes de ti no estarás dispuesto a desarrollar, simplemente porque con la otra persona sabes que eso no va a ser posible. Se trata de eso supongo, y del cortocircuito neuronal que me causaba pensar que mi vida sería así para siempre, que habría muchas cosas que no iba a poder conocer de mí misma... con él. Llevo años dando vueltas a esta idea, hasta que he decidido que no voy seguir con esas frustraciones a mi espalda. 

Y claro, llegados a este punto entiendo por qué mi madre está tan preocupada conmigo. Porque ve que no me motivo con nada, que me levanto sin ilusión por las mañanas... Supongo que en cierta manera ve a su hermana en mí. Pero yo encuentro muchas diferencias entre mi tía y yo. Aunque en realidad, ¿en qué nos diferenciamos unos de otros, metafísicamente hablando? En la forma de pensar, diría yo. Y últimamente sostengo que cuanto más te planteas las cosas, más riesgo corres de ser infeliz por no encontrarle sentido a tu vida. Pero no soy una derrotista ni una pesimista; si he tomado esta decisión es porque quiero ser más feliz de lo que era, porque no quiero volver a sentirme frustrada de esa manera. ¿Sería también el mismo motivo por el que mi tía tomó su decisión inicial de romper con todo? No lo sé... Pero en fin, supongo que ahora soy más consciente del riesgo, y de por qué a mi madre le crispa tanto que pase tanto tiempo "en internet". Ya le dije que tampoco estaba encontrando apoyo en mis amigos, así que me estoy dedicando a escribir, tocar la guitarra, dar paseos por el río, leer poesía y ese tipo de cosas bohemias. Simplemente, espero no estar liándola con tanto pensar. Simplemente quiero saber el por qué de las cosas, como siempre he hecho.

¡Nos vemos en el próximo té!

lunes, 20 de marzo de 2017

Lunes de horóscopo

El lunes es día de horóscopo. Con los rumores del fin de semana aún revoloteando por la habitación, entro en el ordenador y tecleo las palabras de rigor, mi mantra personal de estreno de semana, y le doy a intro. Y bueno: equinoccio, regente directo, la luna en mi signo... parece que pinta bien.

Ayer quedé de nuevo con el chico que me gusta. Primero cine y luego paseo. Hablamos de cosas más o menos triviales hasta que saqué un tema un poco más profundo y la conversación se tornó interesante. Resulta que no se encuentra cómodo con las personas, algo le impide sentirse totalmente relajado con alguien, y eso se extrapola a familia, amigos, novias, etc. Incluso a mí, claro está. Pues si supiera que yo también llevo ese nervio dentro cuando estoy con él... pero lo mío es por otra causa. Me acompañó hasta mi casa; fuimos dando un paseo por el borde del río mientras se hacía de noche. Una imagen que se me quedará en la retina, algo para construir un bonito recuerdo. Él en mi barrio, de noche, hablando, el olor a río, las casitas bajas, las últimas luces del día... Bonito, sin duda.


Nos despedimos y cuando llegó a casa me escribió al móvil. En los tiempos que vivimos las citas no se acaban si no se quiere: ahí está la mensajería instantánea para decir lo que se ha quedado en el tintero. Y es que en algún momento de nuestro paseo le dije que había estado pensando en cosas que habíamos hablado días antes, y que me daba la sensación de que le cuesta ilusionarse con la vida, y así comenzó otra conversación escrita. Que tuvo una novia hace años pero que no ha sentido que se haya vuelto a enamorar. Pues vaya, le respondí yo. Que le cuesta mucho crear un clima de confianza para que comience algo, pero que confía en que cuando entre dos personas hay sintonización, ocurre solo, de una manera natural. Es discutible, añadí. Porque no siempre se tienen las cosas tan claras por ambas partes, cuando se trata de dos personas muy iguales. Cuando es un sí pero no. Cuando por timidez o inseguridad ambos se quedan sin saber qué está pasando en realidad

He tenido mucho tiempo para pensar en esto, porque básicamente es la historia de mi vida. Para una persona como nosotros lo fácil es que nos busquen, nos halaguen, nos digan las cosas bien claras. Alguien con la seguridad que otorga no tener miedo a una negativa, porque ya vive en ella, y lo único que queda es la opción de cambiarla. Así es como empezó mi primera relación de pareja. Pero no siempre tiene por qué ser así.

Después de la conversación estuve pensando un buen rato: creo que no lo ve. No ve lo mismo que yo. Yo sí percibo esa sintonía, a veces más sutil y a veces más evidente. Puede que sea por el momento que vive que le impide ilusionarse, o porque es difícil para él comunicarse con las personas a través de las palabras. Pues dejaré de comunicarme con él exclusivamente a través del verbo, algo que ya intuía que no terminaba de ser eficiente.

Sé que estamos ahí, uno frente al otro, esperando algo. Hace años decliné la opción de ser la persona que empieza, la que pone en funcionamiento el engranaje. Era mucho más joven y no tenía ni idea sobre prácticamente nada, no tenía herramientas. Resulta que ahora sí que sé lo que quiero y lo que no. Hace unos días una amiga me dijo "¿Sabes lo que quieres? Pues ve a por ello"; y no le supe contestar. Ahora tengo la respuesta. Aunque a veces me atrapen las dudas en sus monstruosas redes, deformando mis pensamientos, lo he visto. Te he visto y me he visto. Sé lo que he sido y lo que no quiero volver a ser. Sé que esto no me va a ser fácil, pero no todos los caminos que llegan a buen puerto deben serlo. No estoy hablando de enfrentarse al otro, sino de enfrentarse a uno mismo. Lo que podríamos descubrir por el camino podría cambiarnos para siempre.

También nos lo dice el horóscopo: parece que estamos preparados para lo que venga.

¡Nos vemos en el próximo té!


jueves, 16 de marzo de 2017

Entre vivir y soñar

Cuando era pequeña tenía varios amigos imaginarios. Supongo que es algo normal en los niños, y más teniendo en cuenta el hecho de que no tengo hermanos y siempre he tenido poquitos amigos. Entonces, lo que no tenía, la compañía que anhelaba, me la tenía que inventar. Siendo un poco más mayor, esos amigos imaginarios se convirtieron en fantasías que soñaba de día. Me imaginaba con cualquier otra persona, viviendo una vida ajena, en otro lugar y haciendo otras cosas. Cualquier evocación me servía para realimentar mi imaginación: una escena de una película, una serie, una canción, una fotografía, la imagen de alguien desconocido, una conversación que escuchaba en la calle... Y construía una realidad paralela a partir de ahí. Podía pasar horas en esas ensoñaciones en las que no me sentía sola, viviendo una vida más emocionante que la que yo tenía, la cual valoraba como razonablemente aburrida.


Tenía un gran afán por imaginarme con una presencia masculina, y vivir apasionados romances. Y de ahí surgió el inventarme historias y conversaciones que copaban mis pensamientos antes de dormir. Tenía verdaderas conversaciones filosóficas con ellos, les contaba mis problemas y llegábamos a buenas conclusiones. Mi submundo nocturno era como un oasis al final del día. Los chicos de carne y hueso que me gustaban también se convertían en objeto de mis divagaciones mentales y mis historias imaginarias. Algo verdaderamente peligroso, ya que, en realidad, se trata de pensar a la otra persona en base a lo que te gustaría que fuera. Esa abstracción hacía que el mundo real cada vez me gustara menos, porque no encontraba mi lugar en él. Pero es que en mi mundo imaginario me sentía acompañada y valorada, algo que no encontraba en mi vida diaria.

Ahora que vuelvo a estar sola de nuevo después de muchos años en una relación, siento otra vez que mi imaginación divaga hacia similares escenarios, volviendo a caer en mis ensoñaciones. Creo que es una necesidad de respaldo emocional, de saber que existe alguien que me entienda y me quiera por lo que soy. Llegué a pensar que esto ocurre porque no me quiero lo suficiente, porque tengo un fallo en mi autoestima, pero empiezo a dudar de que esa sea la causa. Soy consciente de mi valía, de mis posibilidades y de muchas de mis limitaciones, y aún así sigue siendo muy difícil encontrar a alguien que me valore, que se atreva a ahondar más allá de la superficie y se sienta cómodo con lo que ve. 

Quizá busco una utopía. Me pregunto si hay alguien ahí fuera sintiendo lo mismo que yo, o son todo quimeras de mi imaginación. Me pregunto si es miedo a la soledad o va más allá. Me pregunto si debería pensar que conmigo me basto y me sobro. Me pregunto si estoy buscando en lugares donde nunca voy a encontrar nada. Me pregunto si siempre he estado en el lugar y momento equivocados. Me pregunto...

Tantas preguntas a las que ahora mismo no puedo dar respuesta. Mientras tanto mi mente, irremediablemente, vuelve a volar, imaginándome lejos. ¿Es una cuestión de perspectiva? ¿De expectativas? Quizá sea por mi capacidad para visualizar el futuro: mi pragmatismo anticipado me envía señales y me pone sobre aviso de los caminos que con el tiempo se volverán vacíos. Quizá, simplemente, sea ser inconformista.

¡Nos vemos en el próximo té!