miércoles, 8 de noviembre de 2017

Instantes de felicidad

Recuerdo aquellos días oscuros, hace ahora un par de años, en los que acompañaba a mi madre al pueblo la mayoría de fines de semana. Allí tienen un pequeño negocio local, en un pueblo pequeño a sesenta kilómetros de una pequeña ciudad. Y en este tiempo, cuando los días cada vez son más cortos, todo se antoja más pequeño... aún. Recuerdo el camino iluminado por la tenue luz de las mañanas de noviembre, de diciembre, de enero, de febrero... El final del otoño y lo más crudo del invierno se hace especialmente duro allí: el frío y la niebla lo empañan todo, deteniendo la vida del lugar. Algunos sábados no veíamos a nadie por la calle, pero había que atender las labores del trabajo.

Mi padre comenzó a trabajar en la ciudad, por lo que mi madre debía ir sola allí. Siempre hemos sido una familia bastante unida; creo que por eso sentía una especie de necesidad de estar con ella en esos momentos, en ese invierno del año y de la vida. Recuerdo ir por esas carreteras que hemos transitado tantas y tantas veces (y seguimos transitando), flanqueadas por encinas y piedras de granito, pastos intentando reverdecer, riachuelos recuperando su caudal... Lo recuerdo todo azul y gris, como aún hoy lo veo a veces.


Nos montábamos en el coche y poníamos música. Estuvimos escuchando The Last Ship, durante varios fines de semana seguidos, mientras surcábamos las carreteras del oeste, como diría mi madre. Aún hoy escucho las canciones y me retrotraigo a esos momentos. A ese invierno tan crudo, descarnado... y cruel. Pero también benévolo, porque encontrábamos la felicidad en las pequeñas cosas, como siempre se dice que se debe hacer. Analizando una canción, observando los cambios en el jardín de nuestra casa, comentando algo que hubiera pasado aquella semana, disfrutando de los pocos rayitos de sol que regalaba el mediodía... "Vaya voz pone Sting en esta canción... parece un verdadero lobo de mar...",  "Pues ahora cuando lleguemos a ver si están los gatos a recibirnos", "Oye, hoy podemos tomar el té al sol, que parece que no va a hacer mucho frío... ¿Qué infusión te apetece? ¿Un Earl Grey?". Pues eso, pequeños momentos. Pasábamos una y otra vez las canciones por el reproductor. Supongo que nos sentíamos identificadas con el ambiente frío y solitario del disco, con ese aire de mar y libertad que nos trasladaba, y con la calidez de la voz de Sting como contraste a todo ello. Supongo que eso, también, nos reconfortaba.

Al final del día nos sentíamos bastante cansadas aunque no hubiera sido demasiado el trabajo realizado. El frío y la humedad también agotan. Las últimas horas las pasábamos con el radiador encendido, la música puesta y con mucha oscuridad en el exterior. Y como siempre, llegaba la hora de cerrar y recogerse de nuevo, cargar el coche, despedirse de los gatos y, encogidas de frío, emprender la vuelta a casa, encender la calefacción y volver a escuchar el CD por el camino.

  -   Jobar mamá, ¡es que en este disco Sting ha tocado todos los estilos de música!
  -   Es que Sting es música, siempre lo he dicho...

¡Nos vemos en el próximo té!


2 comentarios:

  1. Me la voy a jugar: Ese banco de piedra es en Villalverde, Zamora.

    El tono de tu texto transmite muy bien ese frío del norte de Castilla, la nostalgia de los que han vivido su infancia por aquellos campos y ese sentimiento de soledad de los pequeños pueblos.

    Pero en cambio estuve en primavera no muy lejos, en Luyego de Somoza y te aseguro que calor, lo pasé todo. Aun así tuve coraje para comerme un botillo.

    Saludos y estufas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Uau! No es Villalverde, pero sí es Zamora. Buen ojo!
      Me congratula que la atmósfera del lugar se transmita un poco a través del texto... ¡esa era la idea! Frío y soledad... difícil época para afrontar en esos parajes. Aún así, seguimos en la lucha, y maravillándonos por las pequeñas cosas que se nos regalan cada día.
      Un saludo y muchísimas gracias por leer y comentar!

      Eliminar

Cuéntame tú ;)